Contra la ley de educación




A mí lo que de veras me inquieta es el deshielo de Groenlandia y el océano Glacial Ártico. Que los osos polares se extingan, como sin duda sucederá, es un hecho deplorable, pero no tanto como que el nivel de las aguas suba hasta el sexto o séptimo piso de los rascacielos de las ciudades donde todos habremos de refugiarnos. Para entonces, capitalistas emprendedores montarán un servicio de barcos y submarinos de rescate que transportarán a quienes puedan permitírselo -sobra decir que será un servicio de pago- a lugares seguros como la agreste Suiza. Advirtamos que dado el coste de estas enormes y robotizadas embarcaciones, el importe de los billetes no será nada barato, por lo que muchas personas carentes de liquidez (valga la ironía) se verán obligadas a pedir un préstamo al banco. La de banquero será, pues, una profesión en auge, a diferencia de otras que desaparecerán, como maquinista del tren de alta velocidad o enterrador municipal (ya no habrá funcionarios municipales).
Es lógico, por consiguiente, que las leyes educativas se adapten a los vuelcos, traspiés y convulsiones de este recalentado planeta. Quienes tengan la suerte de arribar a Suiza, convertida en una paradisiaca isla tropical, deberán dedicarse a la elaboración de quesos o a las finanzas, pues ni siquiera habrá trabajo para los monitores de esquí. Cabal y previsor, el Ministerio de Educación pretende eliminar la Anatomía de los osos polares, la Glaciología, la Ciudadanía y otras disciplinas obsoletas del currículo escolar. Hace bien. Cuando se derrita el hielo de Groenlandia, todos querremos ser banqueros, pero solo los mejor preparados ocuparán los puestos de directivos.

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