La estepa de Chéjov

 
Vosotros, los estudiantes de los últimos cursos de Secundaria, estáis en la edad idónea para disfrutar con la lectura de La estepa, del escritor ruso Antón P. Chéjov. Yo recuerdo haberla leído cuando tenía vuestra edad, y si ahora me ha apetecido releerla es porque pertenece a esa clase de obras que dejan una huella imborrable en el alma del lector; el tiempo, en estos casos, es el crítico más digno de confianza. Se trata de una novela publicada en 1888, breve, apenas 150 páginas, de argumento sencillo y fácil comprensión. Bien es cierto que no hay en ella acción trepidante, pues cuenta un viaje por la llanura ucraniana en el tiempo en que estos desplazamientos se hacían en carreta, y por tanto con la lentitud propia de tales medios de transporte y la monotonía de los paisajes esteparios siempre a lo lejos:

¿Te has aburrido? ¡Dios nos libre de viajar en una caravana o en una carreta tirada por bueyes! Uno piensa que avanza, pero mira hacia delante, y la estepa sigue siendo igual de larga y extensa, que Dios me perdone: ¡no se ve el final! Eso no es un viaje, sino un suplicio.

Campiña de Guadalajara

El protagonista del viaje es un niño de nueve años, que se separa de su madre para ir a estudiar al Instituto de la ciudad. Lo acompañan su tío, el implacable comerciante Kuzmichov, y el bondadoso padre Jristofor; ambos embarcados en un negocio de venta de lana. El cochero es el tosco e inmaduro Deniska. En la primera noche, el niño es traspasado a una caravana de mercaderes que llevan la misma dirección, mientras Kuzmichov y el párroco toman un desvío por asuntos comerciales.
En el viaje no sucede nada extraordinario -accidentes, crímenes...-; sin embargo, cualquier percance adquiere dimensiones fabulosas: el encuentro con un niño en una granja, el descanso en la venta de los judíos, la fugaz aparición de una hermosa condesa, el baño en el río, las espeluznantes historias contadas al calor de la lumbre, en la noche de la estepa, la visita de un extraño individuo enamorado y feliz. Los arrieros de la caravana constituyen una humanidad hostil y acogedora al tiempo: el viejo creyente Panteléi tiene como contrapunto al pendenciero Dímov o al estúpido Kiriuja.
Pero si hay un personaje principal pese a su breve intervención en el relato es Varlámov, posible antecedente del Kurtz de El corazón de las tinieblas. Un hombre al que todos buscan y que anda siempre deambulando:

Ese hombre fijaba los precios, no buscaba a nadie y no dependía de los demás; por ordinario que fuese su aspecto, se percibía en toda su persona, incluso en su manera de sostener el látigo, la conciencia de su fuerza y de su poder sobre la estepa.

Una tormenta sorprende al convoy en el tramo final del recorrido: nada que que envidiar a las tempestades marinas de la epopeya clásica. Yegor cae enfermo. El reencuentro con su tío y el sacerdote suponen la vuelta a la seguridad de la vida burguesa. Una vida que, no obstante, se muestra incierta: no olvidemos que el viaje de Yegor es solo de ida, sin vuelta al hogar, por lo que su despedida nos llena de melancólica pesadumbre:

... y acogió con lágrimas amargas esa vida nueva y desconocida que empezaba para él. ¿Qué le depararía?

Antón P. Chéjov, La estepa, traducción de Víctor Gallego, Barcelona, Alba, 2010, 2ª ed.







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