A nosotros,
los profesores de secundaria, nos toca bregar con la edad del
incordio y el exabrupto. Nuestros alumnos no son almas cándidas que
se dejen llevar dócilmente hacia unos saberes esquivos, cuyo sentido acaso no alcancen a entender. Al fantasma de un futuro negro ni se le conoce ni se le espera, así que no queramos asustarlos con tales cuentos de viejas.
Si sois
profesores de literatura, no malgastéis el tiempo en loas a la
lectura, que a lo sumo estimularán el desdén de los jóvenes por lo que vosotros amáis, ni tratéis de
inculcarles la afición por los clásicos a macha martillo. Leamos a
los clásicos con los alumnos, no contra los alumnos, intentando no frustrar a
los lectores noveles con el espantajo de los análisis estilísticos
o de la adoración obligatoria. Ni siquiera tengáis reparo en
leerles textos que nos hablen de asuntos tan poco motivadores como la muerte; por ejemplo, el famoso poema de Jorge
Manrique: Nuestra vidas son los ríos / que van a dar en la mar /
que es el morir... No es un tema divertido ni de su inmediata
incumbencia, pero como suele decirse, que se queden con la copla.
Comentarios
Publicar un comentario