Con las lluvias de enero
el río Miño se ha desbordado, anegando los campos y sotos de
ribera. Un haz de niebla se extiende sobre la ciénaga turbia. Los
caminos no tienen a donde ir y mueren sepultados por el barro o ramas
a la deriva. En las varas de una mimbrera canta el petirrojo. Desde
la copa de los árboles grises, las garzas otean el diluvio.
El profesor de literatura
pasea en bicicleta por la campiña invernal, y piensa que en la
próxima clase no estaría mal leer algunos versos románticos y
cenicientos, por ejemplo del Bécquer más alemán:
¿A dónde voy? El más
sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves
y de eternas
melancólicas brumas...
Luego, empapado y
arrecido de frío, se pregunta: ¿por qué no un poema de hermosas
ninfas y aguas cristalinas, a la usanza de Garcilaso?
Hermosas ninfas, que en
el río metidas,
contentas habitáis en
las moradas
de relucientes piedras
fabricadas
y en columnas de vidrio
sostenidas...
Un trecho más adelante
se encuentra con el cadáver de una raposa pudriéndose en el lodo. Y
ya no sabe si optar por una fábula de los moralistas ilustrados o
por un maestro del realismo, como Clarín:
También es ocurrencia de chicos venir al monte a divertirse... Si
no hay más que arañas y espinas.
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