Sucedió en
Flandes que un soldado español de los Tercios tuvo pendencia con un
camarada albanés. Hubo algo más que palabras y, a fuer de
espadachines, se batieron en el campo del honor, como resultado de lo cual el
español propinó una cuchillada al albanés y le cercenó la cabeza. Espantado de
lo que había hecho, se apresuró a cogerla del suelo
mientras aún tenía resuello y a reponerla en su sitio cabal con
pericia de cirujano. Como el tiempo era tan frío que la sangre se
había helado, no le fue difícil conectar las venas y zurcir el
gaznate. El zurcidor y el antiguo descabezado se hicieron luego
amigos. ¡Cómo no celebrarlo con una parranda en la taberna! El
calor que hacía dentro del local, así como las libaciones de
cerveza, provocaron, sin embargo, que la sangre se deshelara y la
cabeza se separase del tronco y cayese rodando en el momento del
brindis.
Esto fue lo
que le contó un soldado veterano a Estebanillo González cuando su
tercio esperaba en Lombardía la orden de trasladarse a los Estados
de Flandes. El pícaro no le creyó, pero por si acaso, desertó con
la mitad de su compañía para ir sobre Roma en busca de tierra
caliente.
Los alumnos
han guardado relativo silencio mientras el profesor les anima a que
en el futuro, cuando sean lectores incondicionales -y mujeres y hombres
de provecho- no dejen de leer la extraordinaria Vida de
Estebanillo González, novela
picaresca del siglo XVII. En seguida se alzan varias manos que
piden atropelladamente la palabra.
-Profesor
-grita K, estudiante del primer curso de secundaria-, ayer salió en la televisión un
soldado norteamericano que perdió los dos brazos y las dos piernas
en la guerra de Afganistán. Dijeron que le habían implantado los dos
brazos -o las dos piernas, no me acuerdo- …
-¡Los dos
brazos!
-¡No, las
dos piernas!
-...y que
ahora podía hacer vida normal.
-Tal vez...
aunque una cabeza... no es lo mismo... -El profesor titubea, sabe que
no convence a nadie-. En cualquier caso, reparad en por qué extrañas
circunstancias el cuento del soldado fanfarrón y el lamentable
episodio del soldado de carne y hueso han venido a parar en el mismo
saco: el de la clase de literatura.
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