Libros de mochila (I): Platero y yo

 
Una vez hice un viaje en bicicleta por los caminos de Francia. De Normandía a los Pirineos recorrí medio país por carreteras secundarias. Comía en los bares de los pueblos. Hacía un alto en las pastelerías. Bebía en las terrazas, a la sombra de los plátanos. Dormía en albergues u hoteles baratos; y alguna noche, al aire libre. Iba, por supuesto, ligero de equipaje, con una sola muda de ropa que lavaba a diario.

No faltaba, sin embargo, un libro en la mochila. Era una edición de bolsillo de Platero y yo con bonitas ilustraciones. Al final de cada jornada, tras haber pedaleado una media de cien kilómetros, pasaba un buen rato leyendo los cuadros líricos del canario que vuela, la coz, los patos, la flor del camino...

Esta flor vivirá pocos días, Platero, pero su recuerdo ha de ser eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una primavera de mi vida.

En las clases de gramática trabajamos a menudo con Platero y yo. Dicto textos a los alumnos y les propongo que localicen sustantivos, clasifiquen verbos o rodeen con un círculo los determinantes. Y pienso: una obra de tal naturaleza, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, es definitiva y rotundamente un clásico.


Ramón Casas, El descanso de los ciclistas
 

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