Una vez hice un viaje en
bicicleta por los caminos de Francia. De Normandía a los Pirineos
recorrí medio país por carreteras secundarias. Comía en los bares
de los pueblos. Hacía un alto en las pastelerías. Bebía en las terrazas, a la sombra de los plátanos. Dormía en albergues u hoteles baratos; y
alguna noche, al aire libre. Iba, por supuesto, ligero de equipaje,
con una sola muda de ropa que lavaba a diario.
No faltaba, sin embargo,
un libro en la mochila. Era una edición de bolsillo de Platero y
yo con bonitas ilustraciones.
Al final de cada jornada, tras haber pedaleado una media de cien
kilómetros, pasaba un buen rato leyendo los cuadros líricos del
canario que vuela, la coz, los patos, la flor del camino...
Esta flor vivirá pocos días, Platero, pero su recuerdo ha de ser
eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una
primavera de mi vida.
En las clases de
gramática trabajamos a menudo con Platero y yo. Dicto textos
a los alumnos y les propongo que localicen sustantivos, clasifiquen
verbos o rodeen con un círculo los determinantes. Y pienso: una obra
de tal naturaleza, que lo mismo sirve para un roto que para un
descosido, es definitiva y rotundamente un clásico.
Ramón Casas, El descanso de los ciclistas
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