El viaje definitivo de una profesora de literatura (A Blanca Mª Padín Díaz)



En el tren que descarriló cerca de Santiago de Compostela, viajaba una profesora de literatura. Tratándose de una profesora de literatura, cabe suponer que entretuviera las horas del viaje leyendo un buen libro, si bien como persona de talante bondadoso y cordial, es improbable que desdeñase la conversación con otros viajeros o la contemplación de los paisajes de su Galicia querida; de todo lo cual esta trabajadora de la enseñanza extraería materiales para sus clases de Rosalía, el naturalismo de Emilia Pardo Bazán o las comedias bárbaras de Valle. Recién jubilada tras una larga carrera docente, no había perdido el hábito de dirigirse en potencia a sus alumnos para desvelarles el matiz de una frase o el significado de una palabra. Nada más literario, por otra parte, que un viaje en tren, aunque sea de alta velocidad, y los amores, intrigas, muertes sucedan a toda prisa, como en la vida misma, lo que es evidentemente una metáfora. Los pueblos y montes que pasan en un abrir y cerrar de ojos, y que nunca son los mismos, vistos desde la aparente inmovilidad del viajero, ¿no son acaso otra metáfora de las sucesivas generaciones de alumnos que un curso tras otro pasan por las aulas y se confunden en un nebuloso paisaje repetido? Permanece, sí, la literatura, la palabra esencial en el tiempo, como los versos que Jorge Manrique dedicó a la muerte de su padre:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir.

… o los graves avisos de Francisco de Quevedo:

¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!

… el desconcierto de Segismundo en La vida es sueño:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción...

… el elogio de Antonio Machado a Francisco Giner de los Ríos:

¿Murió?... Solo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.

… textos mil veces leídos en clase y comentados a adolescentes que a menudo los despreciaban con bostezos y ruidosa algarabía. Ella entendía a sus alumnos y no se mostraba severa: era solo literatura.
Después de tantos años de enseñar lo mismo, ya se sabía los grandes temas de memoria; así que cuando el tren tomó la curva fatídica a toda velocidad, asumió con entereza este imprevisto desvío a Santiago: que las fronteras entre la literatura y la vida son borrosas, y que la literatura es una especie de eternidad fueron sus últimas lecciones magistrales.

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