A
los doctos, modorros y picajosos
A
los padres que se lamentan porque sus hijos son adictos a las
consolas, con lo que descuidan la lectura y los deberes escolares, y
hasta el propio aseo, de modo que les crecen las uñas, los pelos y
la joroba, y terminan asemejándose en su lenguaje grosero a los
simios.
Epígrafe
Paréceme
que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero
algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean
sus hijos siempre cosas de virtud de todas maneras; porque, con serlo
tanto mi madre como he dicho, de lo bueno no tomé tanto en llegando
a uso de razón, ni casi nada, y lo malo me dañó mucho. Era
aficionada a libros de caballería, y no tan mal tomaba este
pasatiempo como yo lo tomé para mí, porque no perdía su labor;
sino desenvolvíamos para leer en ellos; y por ventura lo hacía para
no pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos que no
anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesaba tanto a mi
padre, que se había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a
quedarme en costumbre de leerlos, y aquella pequeña falta que en
ella vi, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a faltar en lo
demás; y parecíame que no era malo, con gastar muchas horas del día
y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre.
Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro
nuevo, no me parece tenía contento.
Teresa
de Jesús, Vida, 1562
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