En las carreteras de Ecuador, 2002




Anuncio en un autobús urbano de Quito: Aquí somos católicos. Veneramos a la Santísima Virgen. Por favor, respete nuestra fe.
Palabras de un vendedor ambulante en el autobús de Saraguro a Cuenca: ¡Tabletas de sangre de drago y uña de gato! Indicadas para inflamaciones de hígado, próstata y dolores menstruales. ¡Con propiedades anticancerígenas! Producidas por los laboratorios Aromas del Tungurahua. Caja de diez tabletas, un dólar; tres cajas, dos dólares.
Un dólar y veinte centavos es el precio del trayecto de Riobamba a El Arenal, en la línea de Guaranda. Camino por el páramo hasta el refugio Whymper, al pie del glaciar del Chimborazo. En el autobús hay un hombre que lleva un arma al cinto; al tomar asiento le he visto el revólver debajo de la camisa. En el páramo sopla un viento helado y observo manadas de guanacos.
Por Huasipungo, la novela de Jorge Icaza, sabemos lo que costó trazar estas carreteras de la Sierra entre Quito y Riobamba. Los huasipungos eran parcelas que los terratenientes entregaban a los indígenas a cambio de trabajo no remunerado. El verdor del Valle Central, los pinos y los eucaliptos, componen, sin embargo, un paisaje civilizado y amable. El tráfico de vehículos es reducido, pero un hervidero de gente se mueve a lo largo de la carretera, caminantes y vendedores, la mayoría de los cuales no habrán oído hablar de Chiliquinga: En mitad de aquella mancha parda que avanzaba, al parecer lentamente, las mujeres, desgreñadas, sucias, seguidas por muchos críos de nalgas y vientre al aire, lanzaban quejas y declaraban vergonzosos ultrajes de los blancos para exaltar más y más el coraje y el odio de los machos.
-¡Ñucanchic huasipungo!
¡El huasipungo es nuestro! (Dejo de leer para no marearme y tomo una biodramina.)
Un motín de los indígenas de Cañar nos obliga a desviarnos hacia la costa y circular por la provincia de Guayas, para volver a la Sierra por Naranjal y Molleturo. En un cruce de caminos, pago un refresco con un billete de cinco dólares. El niño que me lo ha vendido desaparece entre la multitud, así que doy por perdidos los cuatro dólares y medio que habría de devolverme. Lo acuso de ladrón, me reprocho mi ingenuidad de viajero occidental. Cuando el coche está a punto de reiniciar la marcha, el niño vuelve a toda prisa con el cambio.
El autobús de Saraguro a Quito sale a las ocho de la tarde. Tarda unas doce horas en cubrir el recorrido. El frío de la Sierra no me deja pegar ojo. Cuando llegue a Quito, me apearé en un barrio humilde del sur de la ciudad. Espero que vengan a buscarme pronto, porque no es un lugar recomendado a los turistas (como ciertos sitios de Madrid, París, Londres...).
En el sector norte de la capital, últimas compras antes del regreso a Europa. Busco en un moderno Centro Comercial una juguetería para llevar algo a mi hijo. Allí están, bien ordenados y etiquetados en los expositores, los mejores artículos de Lego. Pago con la tarjeta Visa. Luego me siento a tomar una cerveza en el vestíbulo del mall.
Antes había comprado un libro de poemas de Jorge Carrera Andrade.

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