Colón
tocó tierra en Guanahaní y yo, en Gander, Terranova. Ninguno de los
dos sitios era el continente.
En
Gander nos reciben agentes de la Real Policía Montada del Canadá
(RCMP): vigilan que ningún viajero de tránsito se cuele de
tapadillo en el paraíso del bienestar. La escala dura unos cuarenta
minutos. Luego quedan dos horas de vuelo hasta Nueva York... Y eso
que vista desde el cielo, rodeada de bosques salvajes, Gander parezca
una factoría de tramperos en el confín del mundo civilizado.
Extraño
lugar para que Lara me cuente sus investigaciones sobre la economía
agrícola de Cuenca en el siglo XVI. Esta historiadora pasa largas
temporadas en España: conoce los pueblos más recónditos de la
Serranía, ha desempolvado legajos en archivos inverosímiles de la
Mancha. Por unos instantes creemos ver en ella a la antropóloga
inocente (o a Nancy, la de la tesis) que vuelve de convivir con los
bárbaros de una tribu manchega, quienes quisieron hervirla en un
caldero y devorarle las tripas trenzadas en un zarajo mientras
bailaban jotas alrededor de la fogata e invocaban al espíritu del
gigante Briareo... Pero, ¿a qué vienen tales desvaríos si somos
nosotros los que erramos por las selvas de la Última Frontera? ¿Si
de aquellos pueblos y de aquellos tiempos -sin restar mérito a los
vikingos de L'Anse aux Meadows- partieron los descubridores cuyos nietos duermen ahora la resaca de la procesión de los borrachos? Tus abuelos /
fecundaron la tierra toda, / la empapaban de la aventura...
(evocaba José Hierro).
Otras
personas que he conocido en el vuelo son Marilyn, profesora de
español en una universidad privada, y Michael, fotógrafo. Todos los
años van a Pamplona para las fiestas de San Fermín. Aunque Marilyn
es la experta en el idioma, a Michael le encanta decir palabrotas en
castellano, vengan o no a cuento. Por ejemplo: puta mierda (la manta
del avión), frío de cojones (el aire acondicionado), facha cabrón
(Ronald Reagan)...Ambos son gordos y estrafalarios; con buen juicio,
prefieren ver los toros desde la barrera. ¿Acaso no hacía lo mismo
Hemingway?
En
el aeropuerto JFK está lloviendo, de modo que mi primera vista de
los rascacielos será entre las nubes. Peter vuelve de un congreso
internacional de guitarra en Córdoba. Mientras esperamos en la
parada del autobús que nos conducirá al centro de la ciudad, me
explica cómo ir a West Side, donde me alojaré en casa de un amigo.
Andalucía le ha encantado: no tiene un reproche ni siquiera para los
calores sofocantes del verano. Bajo el influjo del jet lag y
el rasgueo de las guitarras, al divisar las torres de Manhattan en la
bruma, recuerdo al jinete de Lorca que nunca llegará a Córdoba. Y
al propio Lorca, que vino de Andalucía a Nueva York, la metrópoli
lejana y sola:
Nueva
York de cieno,
Nueva
York de alambre y de muerte.
¿Qué
ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué
voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién
el sueño terrible de tus anémonas manchadas?
Autogiro C-6 sobre Nueva York (Banco de imágenes INTEF)
Peor
que Tarzán en Nueva York: en Bronx pienso que me van a destripar
unos pandilleros; en la Quinta Avenida, que veré a un famoso; en
Columbia Universiy, que alcanzaré la ciencia infusa; en la Estatua
de la Libertad, que la libertad ilumina el mundo... Del río Hudson,
que no esperaba nada, me llevo los mejores recuerdos.
Entro
a comer en un restaurante chino-criollo que se llama “La Caridad”:
la mayoría de la gente se expresa en mi idioma, si bien la mayoría
de la gente no es de mi color de piel. No obstante, los tostones, el arroz y
los frijoles están muy ricos, que es a lo que íbamos.
Aunque
no tengas dinero para comprar libros, entra en una librería; aunque
ignores el idioma del país, si estás de viaje en una ciudad lejana,
entra en una librería; entra en una librería, pues a los libros
debes todos los caminos que emprendiste y tus sueños de aventura.
Abunda
la mendicidad sin hogar en los aledaños de Wall Street. Estos
miserables harapientos desentonan en el meollo de la opulencia
capitalista, pero consuela pensar que los únicos responsables de su
estado de indigencia son ellos mismos, ya sea por inadaptación al
medio o por taras que los incapacitan para la lucha por la vida.
¡Desgraciados, si no tienen más que alzar la mano y coger la fruta
que liberalmente les ofrece el árbol del paraíso!
Desde
la sede de la ONU es posible mandar una postal con sellos de la ONU. Vale
que las naciones se unan, pero no tanto: hubiera preferido un sello
de Nueva York con el rostro barbudo y hermoso de Walt Whitman.
Salgo
de Nueva York hacia el norte. En seguida estamos en los bosques de
las Catskills. Tanta gran ciudad, tanta capital del mundo, y resulta
que ahora, en vez de un famoso, se nos puede aparecer el último mohicano.
El
autobús de la compañía Greyhound hace un alto en Saratoga Springs.
Como una hamburguesa en un bar al aire libre. Si perdiera el autobús,
vagabundearía por los caminos de América como Jack Kerouac. Si
perdiera el autobús en las montañas de Adirondack...
Asher Brown Durand, Espíritus afines, 1849 (Fuente: Wikipedia)
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