En
la reforma educativa a que aspiramos, la asignatura estrella de las
etapas infantil y primaria sería naturalmente la Filosofía. Habría
pocas materias, y más tiempo dedicado a la lectura y la observación
de la Naturaleza. Con los más pequeños, podríamos incluso
prescindir de libros de texto y servirnos de recursos de toda la
vida, como los cuentos tradicionales.
Por
ejemplo, reparemos en los vasallos del rey que, por temor al qué
dirán los vecinos o a las represalias del monarca, se empeñan en
ver un rey lujosamente vestido donde solo hay un hombre desnudo. En
primer lugar, quien no ve lo que todos ven, ¿no es razonable que se
preocupe por su buena vista y se defienda con una mentira tan
inocente como poco piadosa, al menos hasta la próxima revisión
ocular? Otro asunto es que los demás mientan y no vean realmente lo
que dicen que ven; entonces, ¿quién nos asegura que no solo el
traje, sino el propio rey y su reino sean mentira? Pudiera asimismo
suceder que el taimado súbdito acabara viendo lo que le interesa
ver, que es otra manera de ver las cosas; o que siendo el observador
un individuo de firmes convicciones republicanas, no tuviera
inconveniente en disimular y permitir que el rey se desacredite
haciendo el ridículo desnudo delante de sus vasallos.
La
Filosofía, combinada con las Matemáticas y la Gimnasia (paseos,
deportes, higiene, danza, trabajos manuales...) serían, pues, el
trivium
de la escuela primaria. Cuando los niños crezcan y ya no importe
tanto lo que tengan que aprender, como desaprender, será el momento
de distraerlos con otras nimiedades; y luego, como quieren nuestros
reformistas del Ministerio y las Consejerías, de hacer de ellos unos emprendedores, al
estilo de los sastres del traje maravilloso.
Comentarios
Publicar un comentario