Tertulia de viajeros


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 Davis Inlet, 1903 (Anónimo. Fuente: Wikipedia)


En la reserva india de Mashteuiatsh, un viajero alemán que recorría América en moto dijo:
-El lugar más hermoso del mundo, y también el más terrible, es Guatemala.
Cuando era estudiante de Antropología en Hamburgo, Hans había leído, traducidas a su idioma, las obras completas de Miguel Ángel Asturias.


Para una arqueóloga de Baltimore, que había explorado la selva del Perú, el corazón del mundo estaba en las alturas de Machu Picchu. Un amigo chileno le leía los versos del Canto General cuando intentaba enamorarla.


Una bibliotecaria argentina que vivía en un remoto distrito del sur emprendió la ruta del norte para conocer los asentamientos vikingos de Terranova, donde pensaba que tal vez se ubicaría la ciudad de los inmortales. Los laberintos de Borges la habían trastornado.


Cuando le preguntaron a un vagabundo que hacía la ruta del Oeste por las maravillas del camino, respondió que solo se acordaba de una encina solitaria en las praderas de Luisiana. Cuando le preguntaron si conocía los poemas de Walt Whitman, mostró un ejemplar de Hojas de hierba que llevaba en la mochila.


Un marinero griego que había desembarcado en New Orleans se dirigía a Ítaca dando un rodeo por tierra adentro de los Apalaches. Contó que las sirenas existían. Él había sucumbido a sus hechizos en un islote del archipiélago de Barlovento. En el petate llevaba un ejemplar de la Odisea, que leía todas las noches antes de acostarse.


Un indio innu que nunca había salido de los bosques de Labrador y asistía atento a la tertulia de los viajeros, dijo que el lugar más hermoso del mundo estaba a trescientos kilómetros al nordeste de Mashteuiatsh. Era un lugar al que solo se podía acceder en hidroavión. Por el módico precio de 200 dólares canadienses, ofrecía vuelos, refugio en wigwams de piel de caribú y escolta armada para mantener a raya a los osos grises. La novela que luego escribiera cada uno estaba incluida en el precio.


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