Monte


 
Monte Aloia, Tui (Pontevedra)


¿Qué tienen en común las palabras framanyente, menez, munne y mons? Por lo pronto, pertenecen a lenguas dispares y que se nos antojan habladas en lejanías brumosas: al avéstico, del grupo indoiranio, la primera; al bretón, la segunda; y al antiguo islandés y latín, las dos restantes. De Asia al Finisterre y del Ártico al Mediterráneo, sonidos parecidos hubieron de pronunciarse en todos los confines del Viejo Mundo, asociados a términos que significaban elevación o prominencia; los lingüistas postulan para todos ellos una misma raíz indoeruropea: MEN- (véase el Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española, de Edward A. Roberts y Bárbara Pastor, 1996, del que tomamos estas y las siguientes etimologías).



El castellano monte y toda su familia léxica -montaña, montaraz, montero, montés, montón, montar, etc.- vienen del latín mons, que como minae, -mineo y mentum derivan de la primitiva raíz indoeuropea. Almena (antes mena) y amenaza (menaza) no solo se asemejan en la forma, sino que parecen hechas la una para la otra. Del mismo modo, eminente y prominente indican elevación, mientras que lo inminente se cierne sobre nosotros, amenazándonos y como metiéndonos prisa: cuestión de preposiciones. Mentón es una evidente prominencia. La voz montaña procede del plural neutro del adjetivo *montaneus.

 
Cordillera Cantábrica desde el Puerto de San Glorio, entre León y Cantabria



A diferencia de otras lenguas romances, el castellano considera monte tanto la elevación del terreno como la tierra cubierta de arbolado o matorral. Esta seguna acepción existe también en portugués dialectal y en gallego: Terreo cuberto de vexetación espontánea como toxos, fentos, silvas, arbustos, etc., que pode estar poboado de árbores, según el Dicionario da Real Academia Galega. Una montaña equivale a un monte, aunque con valor colectivo, montaña designe un territorio erizado de montes. En textos medievales, monte y montaña aparecen usados con el significado de bosque. En el siglo XV, el gramático Nebrija traduce montaña por el latín nemus. El empleo de monte con el significado de bosque es normal en todos los países hispanohablantes; el de montaña para referirse a un terreno con cobertura forestal se da sobre todo en Costa Rica, Honduras, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia y Chile. 

Escalada del Espigüete, Palencia




En la Agricultura general, de Gabriel Alonso de Herrera (1513), los montes se empingorotan sobre valles y llanuras; leemos: Es la tierra (según todos los naturales concuerdan) uno de los quatro elementos o principios de las cosas, a la qual por los grandes y continuos beneficios que della recibimos, llamamos madre: esta, de su calidad o naturaleza, es fría o seca, y si alguna vez no está ansí es por algún acidente que la muda; es, según sus sitios y disposiciones, de una de tres maneras: de llanos, valles o montes. En los montes ay dos maneras de disposiciones, que o son laderas o collados. Ladera es por donde suben a lo alto. Collado es lo más alto, que otros llaman cumbre.


Monte de pinos silvestres, El Espinar (Segovia)

El Diccionario de voces geográficas, publicado por la Real Academia de Historia a finales del siglo XVIII, consigna en la entrada montaña: Terreno elevado y pendiente en las sierras o montes. También se denomina así las cordilleras de peñascos en que se advierte la misma desigualdad de superficie; y colectivamente se toma por un país o territorio de suelo desigual y difícil de transitar. La definición de monte difiere en algunos matices: Se toma por la parte de terreno inculto, que no ha sido labrado de continuo, y se halla poblado de árboles, de arbustos y matas. También se denomina así los puertos, sierras y cordilleras, cubiertos a trechos de árboles y de pastos. Hay entradas diferentes para monte bajo (que carece de arbolado), monte hueco (de arbolado, pero abierto por debajo, de modo que puedan pastar las reses) y monte tallar (el que está criando, y también el que se corta por cuarteles cada cierto tiempo).



El ingeniero José Jordana y Morera, en Algunas voces forestales y otras que guardan relación con las mismas (1900), dedica un extenso artículo a la voz monte, en la que empieza por reconocer la dificultad que entraña definir bien lo más sencillo y conocido y distingue entre el sentido vulgar y dasonómico de la palabra. Indagando en las más antiguas ordenanzas municipales de la Edad Media, observa que monte quiere decir tierra virgen, no labrada, ya sea bosque o baldío. Pero los montes de puerco y oso que Gonzalo Argote de Molina describe en su Libro de montería (1582) y que al parecer cubrían vastos territorios desde Asturias a Andalucía y desde Extremadura a Murcia son montes selváticos en los que cazar fieras salvajes, y no meros desiertos. En las obras de Cervantes, las referencias a montes y selvas menudean, sin más distingo que el sabor clásico de la voz selva y sus connotaciones de espesura. Extraña a nuestro ingeniero Jordana que Covarrubias limitara el significado de monte para abarcar solo los terrenos elevados, cuando el ilustre lexícógrafo sostiene por otro lado que floresta equivale a selva o monte. Alonso Martínez de Espinar, en su Arte de ballestería y montería, de 1644, quiere excluir del concepto monte el erial y los pastizales sin arbolado. Sin embargo, en la Real Ordenanza de 7 de diciembre de 1748, se insta a sembrar de bellota, piñón o castaña los yermos o montes blancos; y unos años después, en 1773, Casimiro Gómez Ortega, en su Tratado de las siembras y plantíos, escribe en cita que recoge el ingeniero Jordana: ...pero al fin estas malezas siempre son preferibles al monte blanco, pelado, donde apenas se observa tal cual cardo. Incluso los sotos, los amenos bosques de ribera que la poesía clásica ornó de ninfas, pastores enamorados y almas en pena, se clasifican como montes en documentos del siglo XVIII. Es a partir del XIX cuando los expertos forestales y los textos legales reservan la voz monte para lo que hoy entendemos como tal, esto es, el sitio cubierto de vegetación, pero no el yermo. Así, en las Ordenanzas de Montes de 22 de diciembre de 1833, se establece que monte es todo terreno cubierto de vegetación distintas de olivares, frutales y otros cultivos; si bien también puede considerarse monte el yermo que se somete a repoblaciones forestales. Concluye, en fin, el erudito ingeniero: De la palabra “monte”, dígase lo que se diga y hágase lo que se quiera, no será fácil desligar el sentido orográfico “mons, montis”, que tiene y que el vulgo le aplica más o menos entrelazado con el forestal. Rústicos y campesinos no llamará nunca “monte” al soto, a la mejana, al marjal, a la alameda, al erial, al acampo, al yermo, al lleco, a todo lo que no sustente vegetación leñosa espontánea de cierto porte y que no se extienda en la mayoría de los casos por terrenos encumbrados o desiguales; así que pretender ir contra la corriente (entiéndase en el sentido vulgar del vocablo) es, hoy por lo menos, achaque de innovadores más bien que labor de prudentes.

Macizo de Peñalara, Sierra de Guadarrama, Madrid



La Wikipedia advierte en el apartado de desambiguación que la palabra monte puede referirse a monte de geomorfología, monte de bioma, monte del juego de naipes, monte de Piedad o casa de empeño y monte de Venus o pubis de la mujer. Para montaña, en cambio, solo registra el significado de eminencia topográfica. Tras explicar el origen de las montañas, clasificarlas por criterios tectónicos, orogénesis y altura, y señalar su influencia en el clima y la vegetación, elabora una lista de los picos más altos del mundo, que se concentran en el Himalaya y Karakórum; los cinco primeros son el Everest, K2, Kangchenjunga, Lhotse y Makalu.



Monte es uno de los nombres con que se designa al hijo de Dios en las sagradas escrituras, por lo que Fray Luis de León le dedica un capítulo en su obra De los nombres de Cristo (siglo XVI). La asociación se fundamenta en tres tipos de equivalencia: alteza, riqueza y firmeza. El monte se entiende, pues, tanto en el sentido de elevación del terreno, como en el de opulencia forestal. Cristo es el monte sobre los montes, porque su eminencia destaca por encima de todo; e igual que son como un arca los montes, y como un depósito de todos los mayores thesoros del suelo, Cristo es el bien supremo que reúne la máxima bondad. Luis de León nos aporta un interesante apunte filológico: la palabra castellana montes traduce un término del hebreo que significa preñados, porque los montes son preñez de todo lo bueno y provechoso. Los montes se caracterizan asimismo por su robustez geológica y el hijo de Dios es no como arena flaca y movediza, sino como tierra de cuerpo y de tomo, y que beve y contiene en sí todos los dones del Spíritu Sancto. La semejanza se lleva hasta el punto de identificar a Cristo con un monte de muchas crestas, lo que significa que es eminente en diversas e incomparables grandezas. En la traducción y exposición del Cantar de los Cantares, observamos los mismos puntos de vista teológicos y filológicos. Monte es un obstáculo: Helo viene pasando montes y saltando collados; pero también adquiere un valor enaltecedor: las mejillas de la esposa son aquellos dos graciosos montecillos; y es, desde luego, el locus amoenus de la poesía bucólica: monte de grandes y frescas arboledas. La comparación del cabello de la esposa con una manada de cabras que se levantan del monte Galaad inspira el comentario de que las cabras se embellecen con el roce de la espesura del monte, ya que así pierden el pelo viejo y salen limpias y compuestas. El final de la traducción en verso: sobre los montes altos y de olores, evoca cerros en los que crecen plantas aromáticas, como las montañas de Judea y Galaad.

Cabañeros, Ciudad Real



En el Cántico espiritual de Juan de la Cruz (siglo XVI) y en las anotaciones en prosa, monte se impregna de un complejo simbolismo teológico y moral. La idea de eminencia está presente en la designación divina de otero: por ser él la suma alteza y porque en él, como en el otero, se otean y ven todas las cosas. En el verso yré por esos montes y riveras, los montes representan las virtudes, por las dificultades que supone el ascenso a la cumbre de unos y otras. En la secuencia montes, valles, riveras, los montes, que son altos, significan los actos extremados en demasía desordenada. Y monte se opone a collado en una gradación altitudinal que a nivel alegórico simboliza una gradación cualitativa del conocimiento de Dios por el alma: monte es la noticia matutina y esencial de Dios. Pero además de elevadas, las montañas son frondosas: Las montañas tienen alturas; son abundantes, anchas, hermosas, graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Montiña alude a la armonía entre la parte sensitiva y la racional del hombre: porque, morando en ella y situándose en ella todas las noticias y apetitos de la naturaleza como la caça en el monte, en ella suele el demonio hazer caça y presa en esos apetitos y noticias para mal del alma. Las montañas significan también las potencias de el alma -memoria, entendimiento y voluntad-.



A la sabiduría popular, en conclusión, todo este idealismo montesino le parece de perlas, pero dice el refrán: Alaba el monte y siembra en el llano. Vale.

Monte de hayas en El Pando, León


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