En la sierra de Arga



¿Qué encanto le veis a este país de piedras, espigas de gamones y matorrales rastreros? Los caballos pastan salvajes en las breñas, los lobos campean en el altiplano. Hasta coronar la cumbre, la subida es penosa y hay que vencer el horror de los bosques incendiados, las feas plantaciones de eucaliptos y el tajo que dejan las carreteras al pasar. Más adelante, más arriba, podéis caminar por un sendero de losas antiguas junto a fantasmas de arrieros y peregrinos a quienes tal vez guíe su estrella, como la vuestra, hasta el monasterio de S. Joao de Arga, que dicen fundó Fructuoso del Bierzo en 661.
La sierra de Arga es una montaña de confín: desde sus cimas veréis acabar Portugal en la raya del Miño, acabarse el río en el Océano; y el sol, en los abismos del mar tenebroso, para espanto eterno de los pobladores del viejo mundo.
Si os aventuráis en sus yermos cuando aprieta el calor, es el desierto de los Tártaros; si os extraviáis por la niebla y tempestad, son los páramos de las tierras altas de Escocia.
Yo he subido desde Caminha, pasando por el caserío de Arga de S. Joao. Quienes emprendan el ascenso desde el sur han de cruzar las aguas del río del Olvido antes de adentrarse en el corazón de la sierra.


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