En 1612 Francisco de
Quevedo se adelantó más de trescientos años a una iluminación que tuvo
Antonio Machado en 1936. En el tratado de La cuna y la sepultura
el maestro conceptista anota:
¡Qué ocupadas están las universidades en enseñar
retórica, dialéctica y lógica, todas artes para saber decir bien!
¡Y qué cosa tan culpable es que no haya cátedras de saber hacer
bien, y donde se enseñe! Los maestros, según esto, enseñan lo que
no saben, y los discípulos aprenden lo que no les importa, y, así,
nadie hace lo que había de hacer.
Si el decir bien no
conlleva el hacer bien, malo; ¿y de qué sirve decir bien si se
piensa mal o se tiene la cabeza hueca? Juan de Mairena, profesor
titular de gimnasia que impartía clases voluntarias de retórica,
era de los que no se conformaban con enseñar a usar el lenguaje como
quien enseña a usar a los niños el cepillo de dientes o el
afilalápices: A muchos asombra, señores, que en una clase de
Retórica, como la nuestra, hablemos de tantas cosas ajenas al arte
de bien decir; porque muchos -los más- piensan que este arte puede
ejercitarse en el vacío del pensamiento. Si esto fuera así,
tendríamos que definir la Retórica como el arte de hablar bien sin
decir nada, o de hablar bien de algo, pensando en otra cosa...
Juan de Mairena era un maestro imaginario que soñó Antonio Machado, quien, además de poeta, fue catedrático de instituto. Al parecer, Mairena no le profesaba especial simpatía a Quevedo, pero eso... eso sale del campo de la retórica y no es asunto que nos incumba.
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