La naviera Mar de Ons cubre la línea de
transporte marítimo regular entre los puertos de Vigo y Cangas. En
apenas veinte minutos, cruzamos la ría. Lo que en otras ciudades
sería un trayecto de autobús o metro, por lo oscuro de un
túnel o calles abarrotadas, aquí es una airosa travesía. Más que un paseo panorámico, constituye una vía de comunicación vital entre las ciudades de las dos orillas, pues evita rodear la ría por carretera; sin embargo, ¿quién nos impide soñar que el capitán pirata vira de pronto a estribor y pone rumbo a
las playas de Cíes o a cualquier otro archipiélago paradisiaco...? Los pasajeros que que van y vienen de casa al trabajo podrían justificar tan comprensible absentismo laboral con versos
encendidos del personaje de Espronceda: Que es mi barco mi tesoro,
/ que es mi Dios la libertad...
Quienes vamos a Cangas
en plan de vagabundeo, solo por surcar unas millas del anchuroso océano,
al tocar tierra del Morrazo nos acordamos de María Soliña. Sabemos
que esta mujer deambula sola en la playa, llorando la muerte de su
marido e hijos, que perdieron la vida durante el ataque perpetrado
por corsarios turcos en 1617. La viuda de Pedro Barba posee una
casona en el centro de la villa, campos de labranza, una dorna y
derechos de presentación en la Colegiata de Cangas y en la iglesia
de San Cibrán de Aldán: bienes cuantiosos, que ella en su
inconsolable dolor desprecia, pero que excitan la codicia de honrados
varones sin escrúpulos. Y la acusan de brujería. Todo el mundo la
ha visto sola en la playa, por las noches, hablándole a las olas y a
los espíritus del mar. A María Soliña la encierran y torturan los
esbirros del Santo Oficio. La pobre mujer confiesa: reconoce ser
bruja. Le requisan la hacienda. Le obligan a llevar un tosco
hábito de penitente. Luego no sabemos qué es de ella: infamada,
robada, destruida.
En los gemidos del viento, en las olas del mar de Cangas, el poeta Celso Emilio Ferrreiro sintió un terror de agua fría, que los músicos de Luar na Lubre cantan en una triste salmodia: As ondas do mar de Cangas / acedos ecos traguían: / Ai, qué soliña quedache, / María Soliña.
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