Montes Korab. Fuente: Wikipedia |
El
10 de junio de 1989 paseaba por las orillas del lago Mavrovo, en el
sur de Yugoslavia. Entonces vivía en Skopje, pero faltaban pocos días para que abandonara el país y regresara a casa. En
cierto modo, aquella excursión suponía una especie de despedida de los Balcanes. Estaba muy cerca de Albania y me hubiera
gustado cruzar la frontera:
Albania, como Corea del Norte, era una de las dictaduras estalinistas
más cerradas del mundo, nadie podía imaginarse qué ocurría allá
adentro. En el coche de línea había conversado con unos guardias
fronterizos yugoslavos que se dirigían a sus puestos en los Korab. Me habían hecho un montón de preguntas sobre España
-por ejemplo, cuánta gana un policía en España-, pero yo no supe
responder a todo.
Hacia
el oeste la carretera se desvía a Debar y hacia el sur sigue hasta
Ohrid. Al sur del lago se levanta el monte Bistra, donde está la
estación de esquí de Zare Lazarevski. Las montañas de la parte este
son redondeadas, cubiertas de bosque y pastizal. En cambio, los picos
de Korab, en la frontera de Albania, son abruptos, de perfil alpino
y helados ventisqueros. Pasados los años, sigue siendo peligroso
aproximarse a las cumbres sin escolta militar, pues el frente de
Korab fue minado durante la guerra de Kosovo.
Durante
toda la mañana caminé por los hayedos. Me limité a seguir el curso
de un arroyo y subir hasta lo alto de la colina por un bosque de
abetos y frondosas. Los únicos habitantes de la espesura que vi fueron
los ruidosos miembros de una manada de jabalíes. También encontré
el cadáver de una oveja que tenía el vientre abierto y los
intestinos esparcidos por el suelo; probablemente la habían matado
los lobos.
Allí
estaba yo, hace veinticinco años, en un prado a la orilla del lago
Mavrovo. Me gustaban con locura las montañas y los viajes, y acaba de
releer en mi casa de Skopje Camino de perfección, de Pío
Baroja.
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