Río Jordán


Curso del río Jordán. Fuente: Wikipedia


 En Banyas está una de las fuentes del río Jordán, y hay una cueva en la que antiguamente se adoraba al dios de los rebaños pastoriles, según reza una inscripción griega: "A Pan y a las ninfas". Pero antes que al feo dios con rasgos de macho cabrío, los cananeos veneraron en este manantial a Baal, señor de la fertilidad. Y es, en efecto, un lugar de ameno verdor, fragoso y abundante en agua, donde alienta el espíritu de las divinidades propicias.

El arroyo de Banyas confluye con los de Hasbani y Leddan en la planicie del lago Hule, desde donde la corriente se precipita hacia el sur, dejando al este los altos del Golán y las colinas de Galilea por la parte de poniente. El río se encañona en su curso superior, comprimido en un tajo de roca basáltica, y desciende abruptamente más de doscientos metros antes de alcanzar el lago de Genesaret. En el camino atraviesa el puente de las Hijas de Jacob y costea las ruinas romanas de Betsaida Julias. Amansado por la placidez de la fértil llanura, se acrecienta con ínfulas de mar. Entre el Mar de Galilea y el Mar Muerto, yerra por la fosa de Ghor, sin caudal apenas para mitigar la aridez del baldío. Por el este recibe las aguas del Yarmuk; por el oeste queda Betsean, que quiere decir "Casa de la diosa de las serpientes".


Con las aportaciones del Yaboq, que baja de las montañas jordanas, emboca el puente Adam, a la vista del pico Sartaba, y se aproxima al oasis de Jericó, a la altura del puente Allenby. A unos cuatrocientos metros por debajo del nivel del mar, se vuelve otra vez lago, y lo divide en dos la península de Lisán. Sus aguas son salobres y de excepcional densidad, por lo que en la tersura de su mansa superficie se produce el milagro de la flotación de los cuerpos. Todo este país es un erial que custodian los cerros de Moab y de Judea; reino de antiguas escrituras, héroes conjurados y ciudades perdidas...
 

Al fin, el Wadi el Araba, espejismo del Jordán, divaga exhausto por la tierra desierta del Neguev. Como si el gran valle de un río primordial fuese, resquebraja el planeta hasta las remotas mesetas y lagos del África oriental, hasta las sabanas donde las primeras hordas de seres humanos se alzaron sobre el resto de las bestias...


(Jericó) Siguiendo el valle del río Jordán, cuyas aguas van a dar al Mar Muerto, llegamos a Jericó. Jericó presume de ser la ciudad amurallada más antigua del mundo: el asentamiento cananeo se fundó hace unos diez mil años. Su nombre deriva de una palabra hebrea que significa luna, diosa a la que adoraban los primeros pobladores. Hay en Jericó una vieja sinagoga: Shalom al Israel. Monjes cristianos pueblan los barrancos del Wadi Qelt. Placeres sin cuento evoca el palacio omeya de Hisham. En verdad que Jericó es un gran caravasar abierto a todos lo vientos.

Rumbo al este, el camino se adentra en las colinas de Judea. Se asciende por ramblas y cerros esteparios hasta el monasterio de San Jorge de Coziba. Allá en lo alto crecen algunos arboles enanos y matorrales, parca vegetación de los riscos. El formidable edificio es abismo y aislamiento, y los montes de las bóvedas, el sólido fervor del campanario y la ringlera de ventanucos con vistas al desfiladero, se encubren en la aspereza de la montaña, horadada de cuevas donde dicen que el profeta Elías fue alimentado por los cuervos. Cuando los persas arrasaron el Valle de las Sombras, hubo una atroz matanza de monjes, pero el convento resurgió en el siglo XII, como un bastión de la fe ortodoxa. En el mástil, pintado de azul egeo, ondea la bandera griega.

Visto desde las crestas, el monasterio da la impresión de haber menguado: si a los que suben les parece obra de titanes, a los que bajan les parece majada de cabreros. En la cumbre, el viento arrecia y la vista se extiende sobre una procesión de lomas peladas, blancas y pedregosas. Al otro lado de las montañas, está Jerusalén.

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