Dieciocho apellidos del Norte




Sus tatarabuelos fueron celtas, godos o cromañones, pero nunca –Dios es grande y misericordioso-, árabes. Contempladlos sobre un tapiz verde de montañas y prados: recios, fuertes, quizá algo brutos: son los chicos (y chicas) del Norte. Blasonan de hidalguía combinada con un aire de campechano ruralismo. Sus costumbres son ancestrales; centenarios, sus robles; y sus piedras, milenarias. Hablan castellano de verdaz, sin torpes aspiraciones; o mejor aún, lenguas propias con historias propias y universos paralelos. Son, no obstante, parcos de palabras: una blasfemia suya vale más que mil zalamerías de un embaucador fenicio. Trabajadores cabales, no se echan la siesta ni beben en botijo. Cuando bajan por el mapa abajo, les horripilan las llanuras resecas, las ciudades sin mar y las personas sin fundamento. Una nostalgia lírica los mata entonces de muerte natural. Gracias a que se detestan unos a otros, como buenos españoles, no tenemos una Liga Norte a la moda de Italia. Son, en fin, primos carnales del tonto del duende, el saleroso impertinente y el toro de Osborne.

Comentarios