Ojalá África empezara en los Pirineos


 
Cerca de Debre Zeyit, Etiopía
El Ébola viene de Africa. De África vienen las pateras, los pobres, las olas de calor y el polvo sahariano. Es una pena -pensarán algunos- que las alambradas no nos aíslen del virus y una suerte que bajo el Estrecho no circulen los trenes de alta velocidad. Disponemos de satélites en el espacio y patrulleras para rescatar a los náufragos, pero aun así, ¿quién puede dormir tranquilo con vecinos tan bulliciosos?
En la escuela los jóvenes estudian las medidas de Lucy y sus primeros pasos por la estepa africana, que son los primeros pasos de la humanidad. Las niñas sueñan con ser arqueólogas en Egipto, donde las dunas guardan el secreto de los faraones. Luego África desaparece de los libros de historia, aunque la esclavitud y el colonialismo, pilares de nuestra prosperidad capitalista, se ensañaran con el continente negro. Por suerte el doctor Livingstone estuvo allí; si no, aparte de Stanley, ¿quién se acordaría de aquellas tierras salvajes?
Sentimos que África empieza en los Pirineos cuando se airean casos de estafas, tramas mafiosas y evasión fiscal: ¿por qué no nos sentimos suizos o de las islas Bahamas? Los enfermos hacinados en los pasillos de los hospitales, ¿evocan África o el sueño americano de una sanidad privada? ¿Quién duda de que haya más corruptos por metro cuadrado en la City de Londres que en toda la cuenca del Congo? ¿Por qué todo lo que funciona mal nos une a África y nos separa de Europa?
Cafre, pigmeo, bantú, moro son términos que connotan primitivismo y que empleamos a veces como insultos: perversa ingratitud en un idioma que tiene un caudal de palabras afroasiáticas sin parangón en otras lenguas latinas.
Cuando el Ébola no había salido de sus fronteras naturales, que son las de la pobreza, nos importaba un bledo, como la malaria o las picaduras de arañas venenosas. No sé si nos tocará compartir esta desgracia con nuestros vecinos del Tercer Mundo. Es verosímil que a las multinacionales farmacéuticas les salga bien el negocio y descubran pronto una vacuna. En cualquier caso, no seremos más africanos por morir de Ébola. Sí seremos más africanos, es decir, mejores personas, si hacemos todo lo posible para que a nadie en África ni Europa lo mate el virus de la insolidaridad, si la globalización deja de ser solo una globalización de los capitales y las guerras para ser el germen de una humanidad planetaria, como la que quería el poeta Jorge Carrera Andrade, que escribió en su Mensaje a África:

Hombre de África, hermano, sellaste con tu sangre
la plantación, la selva y el pantano
y aportaste tu esfuerzo al Nuevo Mundo
en un pasado próximo y lejano:
nuestro unánime canto de libertad se eleva
de todos tus tambores. El alba está en tu mano.

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