138
personas, o quizá más de 200, murieron intentando cruzar el Muro de
la Vergüenza en busca de libertad.
Aunque
hubiera muerto una sola persona, el crimen del Muro seguiría siendo
imperdonable. Ningún gobierno debería levantar muros para separar a
unas personas de otras.
Es
verdad que 200 muertos en 28 años supone un balance exiguo si lo
comparamos con el de casi 1900 muertos que solo en 2014 provocó el
Telón invisible, pero letal, levantado por los países capitalistas
en el sur de Europa. Cerca de 1900 personas perecieron ahogadas
huyendo de la falta de libertad, la pobreza, la corrupción y la
violencia de sus naciones africanas. Las imágenes de hordas de
miserables trepando por alambradas de espino, en algunos casos
apaleados y tiroteados, nos conmocionan tanto como las del soldado
Conrad Schumann huyendo de los comunistas. Bien es verdad que no se trata de la misma forma de terror: nosotros, los que cantamos en coro la Novena Sinfonía, disparamos con cartuchos de humo, rescatamos a
los ahogados y acogemos en centros de internamiento a los ilegales.
Me
parece estupendo que nuestros líderes políticos sean ardientes
defensores de la libertad y enemigos de los muros. Quien 25 años
después de la caída del Muro no celebre el triunfo del Bien sobre
el Mal con voz meliflua y gesto relamido se arriesga a no salir en la
foto.
138
personas muertas, quizá más de 200, es un balance trágico para
veintiocho años de vergüenza del Muro de Berlín. Ningún gobierno
debería haber levantado aquel muro ni disparado contra la gente que
pretendía pasar de un sector a otro de la ciudad dividida.
Si
recuerdo a los centenares de muertos del año 2014 en la frontera que
divide el Norte rico del Sur pobre, ambos con sistemas capitalistas,
es solo para unir mi voz al clamor unánime contra la vergüenza de
los muros.
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