Dobbs
y Curtin son dos aventureros que se buscan la vida en los campos
petrolíferos de la costa mexicana. Hartos de ser explotados, deciden
partir en busca de oro a las montañas de Sierra Madre en compañía
de un minero veterano llamado Howard. Que la empresa sea una mina de
oro y que esta se sitúe en un territorio salvaje al que solo es
posible llegar tras una arriesgada travesía no tiene, sin embargo,
nada de romántico:
Durante
el viaje, los muchachos tuvieron que prescindir hasta de las mínimas
comodidades que el más primitivo campo petrolífero puede brindar.
Para acostumbrarse a aquellas dificultades necesitaron más de una
semana. No se trataba de las excursiones que hacen los boy scouts, y
no se encontraban lugares para acampar de los que suelen señalarse
en las guías para cazadores. Aquello significaba trabajo y trabajo
muy duro.
A
estos hombres que exploran un lugar remoto, y por las noches toman el
café y fuman la pipa al amor de la lumbre, no les une la amistad,
sino el interés. Ellos se consideran socios. La mano de obra de todos es imprescindible para el bien común y eso
les salva en algunas ocasiones de resolver sus diferencias a balazos:
Aquellos
hombres se habían unido con el único propósito de enriquecerse,
sin que entre ellos mediara amistad alguna. Sus relaciones eran
puramente comerciales, y el hecho de haber reunido su cerebro, su
esfuerzo y sus recursos para obtener buenos beneficios, era
precisamente lo que había impedido que llegaran a ser verdaderos
amigos.
Cuando
se plantean la posibilidad de legalizar sus derechos para explotar la
mina, les echa atrás la desconfianza en el gobierno y la policía:
saben que en cuanto las autoridades tengan noticia de la existencia
del mineral, harán cualquier cosa por robarles el producto de su
trabajo, incluso el asesinato:
-Reparad
en todo esto, si es que tenéis cerebro para pensar. Por mucho que lo
deseemos, no podemos ser honestos con el gobierno -concluyó Howard-.
No soy partidario de engañar a nadie y ni al gobierno le negaría
una justa participación en mis ganancias. Si estuviéramos en
territorio británico no vacilaría un instante en cumplir con la
ley, pero en este caso no tenemos alternativa.
El
aislamiento en un medio hostil y las horribles condiciones de trabajo
convierten a los tres hombres en unos salvajes que descuidan su aseo,
reducen su lenguaje a toscos monosílabos y a quienes es inimaginable
figurarse con una mujer decente entre los brazos. Pero la posesión
de oro va a transformar su visión del mundo y les obligará a asumir
preocupaciones hasta entonces desconocidas: las de los propietarios
que tienen algo que perder:
Aquellos
a quienes consideraban en otro tiempo compañeros de clase, eran
tenidos ya como enemigos contra quienes había que defenderse. Cuando
no tenían nada, eran esclavos de su estómago hambriento, esclavos
de aquellos que tenían los medios para llenarles la barriga, pero
todo eso había cambiado.
Comenzaban
el camino que suelen emprender los hombres para convertirse en
esclavos de sus propiedades.
El
retorno a la civilización, donde el oro adquiere valor económico,
tendrá unas consecuencias desastrosas: Dobbs dispara a Curtin,
movido por la codicia de quedarse con el tesoro y por el miedo de que
Curtin se adelante a él en el mismo plan perverso; luego Dobbs
muere asesinado por unos bandidos que representan a la escoria de la
sociedad civilizada. Por azar, a Howard le espera una nueva
existencia feliz en una comunidad indígena campesina, donde unos
conocimientos de medicina que realmente no posee le convierten por
primera vez en su vida en un personaje respetable, que ejerce una
profesión cómoda y prestigiosa.
B.
Traven, El tesoro de Sierra Madre, traducido por Esperanza
López Mateos. Barcelona, Acantilado, 2009.
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