Galdós o el realismo





En la clase sobre el realismo literario leemos un fragmento de La desheredada:



En este mundo, el que más trabaja tiene probabilidades de morirse de hambre, si no viene en su ayuda la lotería o alguna herencia. Tú eres listo; busca un negocio atrevido, emprende algo, especula con la candidez de los demás. Yo he visto mucho mundo, y sé que los más pillos son los que tienen más dinero. Cuando tú lo tengas, gástalo, que hay tontos que al verte tirar tu dinero te darán el suyo; así es el mundo. Haz cosas atrevidas, date a conocer, aunque sea con gran escándalo; procura que tu nombre suene, aunque sea para decir: “¡Qué bárbaro es!”. Aquí hay dos papeles, el de víctima o el de verdugo. ¿Cuál vale más? El de verdugo. Chupar y chupar todo lo que se pueda. El pueblo está sacrificado. Los grandes se comen todo lo que hay en la nación.



La asombrosa semejanza entre la sociedad contemporánea de Galdós y la de nuestros días no debe despistarnos -advertía Nora C. a sus alumnos-. No es que nada haya cambiado desde entonces y que nada pueda cambiar en el futuro, como pretenden los reaccionarios. Basta con que os fijéis en los que ahora se llaman liberales y enarbolan la bandera de la libertad para caer en la cuenta de hasta qué punto han cambiado las cosas. Quedaos con la maestría del realismo de Galdós, que erigió la olla de garbanzos en sujeto literario y alcanzó a distinguir el garbanzo podrido de la corrupción, que tantas indigestiones nos sigue provocando. Más que un espejo de la sociedad contemporánea,  su novela es equiparable a las lentes de un microscopio que nos descubre el virus de la infección hospedado en la célula. Las causas de la enfermedad no han cambiado, pero los medios para combatirla sí.



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