En el pueblo de Jorge Manrique




Paredes de Nava es el pueblo de Castilla y León donde los libros de literatura cuentan que nació Jorge Manrique. Aunque el dato no es seguro, por sí o por no, el poeta que eternizó la muerte de su padre tiene un monumento en el centro de la villa.


Al rodear la ciudad de Palencia hacia el norte ya se ven a lo lejos los picos nevados de la cordillera Cantábrica, entre los que destacan las moles abruptas del Curavacas y Espigüete. Estas montañas son el broche de la meseta del Duero. Si tenemos en cuenta que desde algunos lugares de Campos se alcanza a ver los montes que lindan con Galicia por el oeste; las sierras ibéricas por el este, y Guadarrama y Gredos por el sur, se comprenderá que ni España es tan grande ni Castilla tan ancha como cacareaban las plañideras del 98. El término de Paredes se extiende entre la campiña cerealista y la aspereza del páramo. Es un lugar que quieren bien los ornitólogos y los excursionistas del Canal de Castilla, que tiene un puerto de embarque en las Casas del Rey.


Al acercarse a Paredes de Nava lo primero que salta a la vista es un campanario, dos, tres,... media docena. La Tierra de Campos exhibe el verdor pálido de la llanura en invierno. El pueblo es holgado, como pueblo de llanura, y aparte de iglesias magníficas, abunda en casonas que denotan antiguo esplendor.

Como son las tres de la tarde y sopla un viento helado, no hay nadie en la calle, lo que parece bastante razonable, piensen lo que quieran los líricos de la decrepitud. ¿Acaso no comen y holgazanean a esas horas intempestivas los habitantes de las ciudades? Pero la decadencia de Paredes de Nava es un hecho demostrable estadísticamente: durante los siglos XV y XVI figuraba entre las quince localidades más pobladas de Castilla y aún en el siglo XIX rondaba los seis mil habitantes; hasta mediados del XX siguió siendo, con permiso de la capital y el aval de sus cuatro mil quinientos vecinos, el primer municipio de la provincia; hoy, sin embargo, apenas supera las dos mil almas.


Rodeado de campos de labor por todas partes, se diría que el pueblo vive de la agricultura. Si ello fuera así, los suizos vivirían de las vacas y los suecos de la madera, lo cual es tan cierto como que los de Paredes tengan bancos, fábricas de relojes o factorías de Volvo... Dejémoslo en una modesta industria alimentaria, alfarería, servicios y poco más.


En 1452 Juan II de Castilla concedió el título de conde de Paredes de Nava a Rodrigo Manrique de Lara, condestable de la Orden de Santiago y padre del poeta de las Coplas. La vida de los Manrique transcurrió mayormente en la frontera de la alta Andalucía, así que es posible que Jorge naciera o se criara en Segura de la Sierra. La madre, Mencía de Figueroa, era natural de Beas: murió en 1444, siendo Jorge un niño. El padre que inspiró el famoso poema murió en 1476, al parecer de un cáncer que le desfiguró el rostro. De casta de guerreros, Jorge conoció desde muy joven el fragor de la milicia. Luchó en la batalla de Ajofrín, en las banderías a favor de Isabel I, en el asedio del castillo de Montizón... Fue teniente de la reina en Ciudad Real. Su lema trasluce la soberbia de los poderosos: “Ni miento ni me arrepiento”. Enemigo de sus enemigos, murió, como otros poetas líricos, matando. Hernando del Pulgar y Alonso de Palencia refieren en sus crónicas que perdió la vida en el asalto del castillo de Garcimuñoz, en Cuenca, pero Jerónimo de Zurita cree que, herido de gravedad, expiró en Santa María del Campo Rus, donde acampaban sus huestes. Está enterrado en el monasterio de Uclés, junto a su madre, en un paraje que evoca los campos y parameras de la Castilla del norte.


Si por culpa del afán investigador de los eruditos, Paredes se quedara sin la baza ilustre de Jorge Manrique, aún podría presumir de ser la patria de Pedro Berruguete, que pintó el rey David del retablo de Santa Eulalia, la iglesia mayor de la villa, de empingorotada torre mudéjar; y de su hijo Alonso de Berruguete, que esculpió el sacrificio de Isaac. 
 

Tantas glorias antiguas y he aquí que algunas calles de la villa ostentan aún nombres de fascistas sanguinarios, de genocidas crueles de la Guerra Civil: esta es una lacra que afea y avergüenza a muchos pueblos de España. Habrá alcaldes metidos a historiadores que os suelten la fresca de “que es historia y no se puede cambiar la historia”... Bueno, pero se puede cambiar de alcalde, lo cual no está mal para empezar.


En vez de seguir el camino de los ríos hacia el mar, que es el morir, nosotros nos dirigimos a la montaña, buscando el curso del Cea para remontarlo hasta sus fuentes en la ladera del puerto del Pando. Nos esperan la nieve, los bosques de robles y hayas, y las tardes breves de los desfiladeros. 

 


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