La escuela, la literatura y las golondrinas


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Turner, Moonlight, c. 1840

Nosotros no somos unos románticos: mientras explicamos a nuestros alumnos las Rimas de Bécquer estamos percibiendo un salario por el servicio prestado y beneficiándonos de una condiciones laborales que ya quisieran para sí muchos licenciados en paro o con trabajos precarios.

Se diría que el romántico es el Estado, que, si por un lado gasta millones de euros en armas, boato y negocios sucios, por otro, se empeña en inculcar una educación sentimental a los jóvenes, la cual incluye, entre otras delicadezas, el ir y venir de las golondrinas de Bécquer.

La literatura tiene un lugar reservado en el sistema educativo gracias a una tradición humanística, quizá optimista en exceso, según la cual la lectura de los clásicos nos hace mejores personas. Además, a la enojosa vinculación de la literatura nacional con la lengua y la nación: reparemos en que no hay asignaturas específicas de Arte español o Música española, pero sí de literatura española (castellana, gallega, catalana, vasca).


El romanticismo del Estado padece, no obstante, de severas limitaciones: como el Bécquer más prosaico, prefiere la oda de un billete de banco al dorso escrita. Y en tiempo de crisis, no duda en cortarle las alas líricas al maestro y a la escuela, e incluso a las golondrinas, para que, como dice el refrán, los pájaros de antaño no vuelvan a los nidos de hogaño.



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