Había una alumna de
bachillerato que, tal como le había mandado su profesora de
literatura, leyó el Lazarillo de Tormes en versión original
y, contra todo pronóstico, le gustó mucho y hubo capítulos que
incluso la emocionaron, como cuando el pícaro comparte su comida con
el escudero pobre: Tanta lástima haya Dios de mí como yo había
del, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello
pasado y pasaba cada día.
La verdad es que si no hubiera
sido por las explicaciones de la profesora, se habría quedado sin
entender el final de la novela, y tampoco habría comprendido el
significado de muchas palabras ni detalles de la vida de la época
(¿existían realmente los bulderos o vendedores de bulas?).
Esta alumna, que leyó conmovida
una novela del siglo XVI, suspendía en Lengua porque era incapaz de
analizar sintácticamente una oración subordinada de relativo, o
localizar y clasificar las conjunciones de un texto. Pero si se
trataba de escribir una redacción sobre las fortunas y adversidades
de los niños pobres, ella era la que mejor escribía; a pesar,
incluso, de sus carencias gramaticales.
Comentarios
Publicar un comentario