Los que caminan sin ton ni
son, los errantes quimeristas, los que andan de un lado a otro se llaman vagabundos. Hay quien dice vagamundo en vez de vagabundo, pero los peritos gramaticales recomiendan la segunda forma, por ser
la que se corresponde con la etimología latina. En la novela El
mayorazgo de Labraz, de Pío Baroja, tres personas que vagan por
los caminos se juntan en un chozo, una noche de nieve, alrededor de
una hoguera. Una de ellas es un vagabundo:
-¿Vienes
de muy lejos? -le preguntó don Juan.
-Sí,
de sitios donde no se habla castellano.
-¿Y
hacia dónde vas?
-Hacia
el Mediodía.
-¿Vives
por allá? -preguntó el Mayorazgo.
-No.
Yo vivo por donde paso.
-¿Pero
no tienes un pueblo fijo para estar?
-No,
ni quiero tampoco.
-¿Por
qué?
-Si
se puede vivir al aire libre, ¿para qué encerrarse en una de esas
madrigueras que se llaman pueblos?
Mientras
arrecia la ventisca y comparten un trozo de pan negro, don Juan
pregunta al mendigo:
-¿Eres
español?
-Sí,
creo que sí.
-¿No
lo sabes a punto fijo?
-Ni
me importa tampoco; para el que no tiene nada, toda la tierra es
igual.
Carezco
de datos para establecer una tipología de vagabundos. Que hay
personas desquiciadas, que ven cosas raras y hablan solas, es un
hecho contrastable en las calles de las ciudades, debajo de los
puentes y en las carreteras rurales. Las leyendas del hombre del saco
y otros personajes de los cuentos infantiles -en realidad, cuentos
de adultos para aterrorizar a los niños- debieron de inspirarse en
estos seres extraviados. Sostienen, sin embargo, los trabajadores
sociales que también integra la legión de mendigos gente que
podríamos reputar como normal, con familia y amigos que se preocupan
por ellos, pero que por cualquier golpe de la vida, como puede ser la
pérdida del trabajo, la ruptura del matrimonio, vicios
inconfesables, se echan a los caminos, olvidándose de dónde vienen
y despreocupándose por adónde van. Como consecuencia del abandono,
su aspecto desgreñado, sucio y lunático causa más temor que
compasión.
Es
posible que existan asimismo vagabundos vocacionales, que prefieran
la libertad de los caminos a las obligaciones del contrato social y
vivir de la limosna antes que del trabajo. Esta clase de pícaros
cuenta con su propio género literario, que ha dado obras singulares
de la cultura europea. En Castilla, Lázaro de Tormes, Guzmán de
Alfarache, Estebanillo González y otros contaron sus vidas
errantes, en las que hay más penurias y adversidades que alegrías
viajeras. Asombra la historia de Estebanillo González, que anduvo
por los caminos de media Europa -España, Italia, Alemania, los
Países Bajos- durante la Guerra de los Treinta Años, sin visados ni
certificados lingüísticos de los que ahora se estilan.
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