La
voz brezo, que designa un arbusto de la familia de las
ericáceas, procede del céltico vroicos. A los brezos se les
llama en algunos lugares urces, berozos, carrascos y de otras
maneras. En Iberia forman grandes extensiones de matorral tanto en las regiones
atlánticas como en las tierras altas de la Meseta. El brezo es
planta de parajes desolados y solitarios, escribe Luis Cernuda en
las prosas poéticas de Ocnos.
En
este bello libro, el poeta amante de los paisajes del sur manifiesta
su antipatía por la nieve: La nieve te repele por sí, y además
por ser símbolo de algo insidiosamente repelente. Pero ese algo,
¿qué es? Ni el aliento desolado de ella, que amedrenta la sangre,
ni su cuerpo escamoso y viscoso, como de reptil, bastan para
determinar toda la repulsión que te inspira.
En
su visión del brezal se distingue entre el paisaje contemplado en la
edad adulta, el paisaje imaginado en la infancia y el paisaje
sugerido por la sonoridad del nombre brezal. Cuenta el poeta
que el nombre, leído en un libro, le sorprendió y enamoró, y que
lo asoció en su fantasía con las ráfagas del viento y de la
lluvia en las regiones del norte. Estas lecturas y el poder
sugestivo de la palabra educaron la mirada interior del joven
solitario, que le descubrió un paisaje de ensueño, nunca visto en
la realidad.
Cuando
en la edad adulta conoció las parameras nórdicas -tal vez se
refiera a Escocia, donde fue profesor-, Cernuda comprendió hasta qué
punto la prefiguración se correspondía con lo verdadero y cómo
aquella estuvo influida por la literatura. Pero constata que el
brezal real de Caledonia, el de los yermos sombríos, ya no le dice
nada y se replantea su problemático encanto. El desencanto no
es, en cualquier caso, culpa del territorio en cuanto objeto de
contemplación, sino de la disposición anímica del sujeto
contemplativo, pues sostiene que la realidad objetiva solo puede ser
más hermosa que la imaginada cuando la miran ojos de enamorados.
El
brezal le desilusiona porque en la mirada ensoñadora del joven
lector solitario hubo más amor que en la contemplación razonable
del hombre.
Tojos y brezos en el monte Aloia, Tui, Pontevedra |
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