Acerca del paisaje, 5

Montaña Oriental de León

La voz brezo, que designa un arbusto de la familia de las ericáceas, procede del céltico vroicos. A los brezos se les llama en algunos lugares urces, berozos, carrascos y de otras maneras. En Iberia forman grandes extensiones de matorral tanto en las regiones atlánticas como en las tierras altas de la Meseta. El brezo es planta de parajes desolados y solitarios, escribe Luis Cernuda en las prosas poéticas de Ocnos.

En este bello libro, el poeta amante de los paisajes del sur manifiesta su antipatía por la nieve: La nieve te repele por sí, y además por ser símbolo de algo insidiosamente repelente. Pero ese algo, ¿qué es? Ni el aliento desolado de ella, que amedrenta la sangre, ni su cuerpo escamoso y viscoso, como de reptil, bastan para determinar toda la repulsión que te inspira.

En su visión del brezal se distingue entre el paisaje contemplado en la edad adulta, el paisaje imaginado en la infancia y el paisaje sugerido por la sonoridad del nombre brezal. Cuenta el poeta que el nombre, leído en un libro, le sorprendió y enamoró, y que lo asoció en su fantasía con las ráfagas del viento y de la lluvia en las regiones del norte. Estas lecturas y el poder sugestivo de la palabra educaron la mirada interior del joven solitario, que le descubrió un paisaje de ensueño, nunca visto en la realidad.

Cuando en la edad adulta conoció las parameras nórdicas -tal vez se refiera a Escocia, donde fue profesor-, Cernuda comprendió hasta qué punto la prefiguración se correspondía con lo verdadero y cómo aquella estuvo influida por la literatura. Pero constata que el brezal real de Caledonia, el de los yermos sombríos, ya no le dice nada y se replantea su problemático encanto. El desencanto no es, en cualquier caso, culpa del territorio en cuanto objeto de contemplación, sino de la disposición anímica del sujeto contemplativo, pues sostiene que la realidad objetiva solo puede ser más hermosa que la imaginada cuando la miran ojos de enamorados.

El brezal le desilusiona porque en la mirada ensoñadora del joven lector solitario hubo más amor que en la contemplación razonable del hombre.


Tojos y brezos en el monte Aloia, Tui, Pontevedra



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