Cabañeros |
Los
directores que han llevado al cine la novela del Quijote nos
muestran, en general, al caballero andante cabalgando por eriales,
alojándose en posadas de camino y batallando con molinos de viento o
rebaños de ovejas. Es decir, han adoptado el punto de vista del
historiador que no se sale un punto de la verdad. Las localizaciones
del Quijote son, en consecuencia, las del territorio de la Mancha,
aunque cabe conjeturar que la configuración del paisaje actual sea
muy distinta de la de hace cuatrocientos años, tanto por causas
naturales como económicas. Toda una generación de españoles
estamos tan imbuidos de esta imaginería, que asociamos
inevitablemente al caballero de la Triste Figura con Fernando Rey,
Sancho Panza con Alfredo Landa y la Mancha con los trigales
sofocantes de la serie de televisión.
Creemos,
sin embargo, que hay otras adaptaciones posibles. Imaginemos una
película del Quijote en la que interpreta al héroe un actor de edad
madura, complexión recia y porte de galán, como Indiana Jones en
sus últimas aventuras. A Sancho le permitiremos seguir siendo un
gordo simple y bonachón, pero tanto él como su burro han de
revestirse de la dignidad que corresponde al escudero de un caballero
andante. Babieca ha de ser un caballo digno de la escuela de
equitación de Viena... Y en cuanto a Dulcinea, el guion exige una
deslumbrante pretty woman que iguale o supere la belleza de Penélope Cruz.
En
esta singular versión cinematográfica los exteriores se grabarán
en bosques propicios a la magia de Merlín, montañas en cuyas cuevas
habitan los dragones, ríos de líquidos cristales y barcos
encantados, castillos con enanos y princesas, etcétera. Quienes
hayan paseado por los montes de Cabañeros en días de invierno
tempestuosos sabrán que no hace falta alejarse de la Mancha para
encontrar esa clase de localizaciones. No se trata, en efecto, del
lugar de la Mancha donde Alonso Quijano cazaba perdices, pero sí de
los paisajes que ve don Quijote y a los que alude de pasada el propio
historiador: comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento,
porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas no
hubieron andado doscientos pasos, cuando llegó a sus oídos un
grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos
se despeñaba... Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos
acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas
del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido... Bien notas,
escudero fiel y legal, las tinieblas de esta noche, su extraño
silencio, el sordo y confuso estruendo de estos árboles, el temeroso
ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se
despeña y derrumba desde los altos montes de la Luna...
En
definitiva, el mundo de don Quijote se asemeja más al de Tolkien que
al de Azorín. No es cierto que el ingenioso hidalgo anduviera por
los campos del 98, que todavía no se habían escrito. Los paisajes
que sí estaban escritos eran los de las novelas de caballería y
pastoriles; y la geografía fantástica de aquellas y el bucolismo de
estas aguzaron la mirada interior de Alonso Quijano, quien, hecho
caballero andante, verá en sus correrías por los reinos de Castilla
y Aragón los paisajes de los reinos quiméricos que leyó en los
libros causantes de su locura, del mismo modo que ve princesas,
gigantes y serpientes voladoras, habitantes naturales de tales países
de la fantasía.
Ojalá,
por tanto, que un director como Peter Jackson nos mostrara al Quijote
cabalgando por las Montañas Nubladas y el Bosque de los Trolls,
aunque el equipo de grabación tuviera que desplazarse a ínsulas
remotas o a las mismas antípodas.
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