En un concurso escolar de poesía se presentaron veinte poemas de amor desesperado, media docena de amor correspondido, cinco sátiras, tres coplas más o menos eróticas que sonrojaron al jurado, tres himnos a las bellezas del paisaje y los monumentos locales, tres sonetos conceptistas que nadie entendió, dos romances dedicados a las respectivas madres de los autores, alumnos del primer curso; dos odas en verso libre: la primera sobre la amistad de un niño con un perro y la segunda sobre la amistad de una niña con una tortuga; y un poema social o político. Este último, que recibió un accésit, lo firmaba un tal Juan sin Tierra y se titulaba Mi tierra. Decía así:
Cuando
yo digo mi
tierra
entended
que os hablo en términos
de
galaxias y planetas.
Que
nadie piense, por dios,
en
un himno o una bandera.
Cuando
yo digo mi
tierra
digo
el caos primigenio
y
un fulgor en las tinieblas.
Así
vagamos perdidos,
torpemente
errando a ciegas:
saurios
colosales, bólidos
celestes,
podridas ciénagas.
Esta
tierra que es
mi
tierra
es
tan tuya como mía:
es
la Humanidad inmensa.
Salud,
camarada mundo:
todos
los hombres del mundo
te
pedimos que no mueras.
Cuando
yo digo
mi tierra
es
cierto que a veces digo
una
patria más pequeña.
Pero
es solo por amor
a
toda la tierra entera.
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