Los
estudios de Etnolingüística parten,
por regla general, de
la idea de que las
lenguas constituyen una forma fundamental de la cultura. Si nos
atenemos a una caracterización antropológica del concepto de
cultura, hay varias
razones que justifican tal aserto (Ginés et
alii, 1998: 167 y
ss.):
- La cultura, y dentro de ella la lengua, es una conducta aprendida. Puede distinguirse la adquisición en la infancia, de manera inconsciente y mediante su uso efectivo de una o más lenguas, del aprendizaje consciente y posterior de otras.
- La cultura, y dentro de ella la lengua, no es solo conducta, sino modos de interpretación y significación de la realidad.
- La cultura es simbólica, se transmite simbólicamente: el sistema simbólico más sofisticado es el lenguaje.
- La cultura es un todo estructurado: existe una interrelación entre costumbres, instituciones, valores y creencias. La lengua es un subsistema integrado en el sistema cultural.
- La cultura es compartida diferencialmente: en las culturas, en general, y en las lenguas, en particular, hay variedades internas.
- La cultura es un dispositivo de adaptación, presenta respuestas a desafíos del medio natural y social; por lo tanto, las culturas, como las lenguas, se adaptan a nuevas circunstancias, son susceptibles de influencias, préstamos y cambios de todo tipo.
La
importancia de las lenguas en el conjunto de la cultura radica en que
son el instrumento básico de representación y comunicación que
poseemos los seres humanos. Se hablan miles de lenguas en el mundo.
Estas lenguas se han transmitido de generación en generación
mediante un proceso de enculturación por el que los miembros de una
comunidad adquieren la cultura (y la lengua) adulta. Existen en el
uso concreto que cada hablante realiza de ellas y son, por tanto, una
actividad humana sujeta como otras a una serie de patrones y modelos
que, repitiéndonos
adrede, calificaremos
de culturales.
Entre la lengua y el resto de la cultura se produce una serie de
influjos recíprocos, interrelaciones en virtud de las cuales la
lengua se convierte en reflejo
de la cultura; y la cultura, es decir, los conocimientos, ideas y
creencias acerca del mundo, influye sobre la expresión lingüística
y la condiciona. Llegamos
así a la definición de la
Etnolingüística como
disciplina que se ocupa de la variación de la lengua en relación
con la cultura (Casado, 1991: 41-42).
No
se trata de un asunto intrascendente en la enseñanza de las lenguas,
como vamos a ilustrar con algunos ejemplos. En un libro
de lengua para
estudiantes españoles de 12 años, bastante
anticuado, encontramos
una actividad en la que
el personaje del relato
que sirve como información de entrada menta
a San Bruno, fundador de los monjes cartujos, quienes se caracterizan
por vivir en silencio perpetuo. A continuación se propone a los
alumnos que consulten en una enciclopedia quiénes recurren a Santa
Lucía, San Cristóbal, Santo Tomás de Aquino, San José, Santa
Bárbara o San Valentín… Es una muestra de cómo una parcela de la
cultura, en este caso la cultura religiosa, aparece reflejada en la
lengua; otra cuestión,
también interesante
desde el punto de vista etnolingüístico, sería reflexionar sobre
la caída en desuso de tal
clase de dichos
populares. En un manual de castellano
como lengua extranjera (en
adelante, castellano LE),
en un texto sobre temas tabú, se avisa a los estudiantes de que en
España es mejor no hacer preguntas sobre ciertos asuntos, como la
edad, lo que se gana o a qué partido político se vota, cuando
hablamos
con personas recién conocidas. No es una regla gramatical, es un
condicionamiento de la cultura en el uso de la lengua, pero sea lo
que fuere, el consejo
lo han de agradecer quienes se aproximan al idioma y a la cultura
desde otros idiomas y culturas diferentes.
Al
hablar no nos limitamos, pues, a activar el sistema
operativo de la
lengua, las reglas gramaticales; también recurrimos a saberes,
ideas, creencias que forman parte de nuestros conocimientos
culturales. Si el emisor y el destinatario no comparten una parcela
de su información pragmática, la comunicación se verá
comprometida. En los manuales de castellano
LE
es corriente encontrar numerosos textos y actividades que sirven
tanto para practicar las destrezas lingüísticas como para
desarrollar ciertos contenidos temáticos que giran en torno a
manifestaciones culturales, estilos de vida, tradiciones o
costumbres. Estos contenidos suelen presentar una visión de aspectos
conductuales y mentales de la cultura propia desde el punto de vista
del participante nativo en esa cultura: los españoles somos de esta
u otra manera. Es lo que el antropólogo Marvin Harris llama versión
emic.
La del observador externo, no siempre coincidente, es la versión
etic:
los extranjeros nos ven de esta u otra manera. En ocasiones se
contrastan ambos puntos de vista: cómo nos vemos a nosotros mismos
los hispanos y cómo nos ven los extranjeros, siendo
lo normal que exista
alguna correspondencia (Harris, 1984: 129). Desde una perspectiva
didáctica, la consideración de ambos puntos de vista contribuye a
transmitir una imagen lo más auténtica posible de la cultura meta;
y por otro, a valorar positivamente la diversidad cultural
internacional.
No
obstante, la impresión
que provocan algunos materiales
didácticos y estudios
teóricos es que el apartado específico de cultura se utiliza
como cajón de sastre
en el que, con el pretexto comunicativo, cabe todo. Para
los planes curriculares, sin
embargo, ordenar los
contenidos temáticos es fundamental si se trata de ajustarlos a unos
objetivos, una secuenciación, una metodología y unos criterios de
evaluación. Consideremos
el modo en que los
antropólogos culturales abordan este asunto. En la línea del
materialismo cultural, Harris sostiene que todas las culturas
comparten un patrón universal, que sirve de base para compararlas,
para que los antropólogos (o los lingüistas, en nuestro caso)
puedan recoger y organizar los datos. Este patrón universal está
integrado por tres componentes: infraestructura,
modos de producción y de reproducción; estructura,
economía doméstica y política; y superestructura,
aspectos creativos, expresivos, estéticos e intelectuales (1984:
130-135). Lógicamente
los libros
de lengua no pretenden ir tan lejos en la clasificación de los datos
culturales, pero el patrón nos vale como punto de partida teórico.
En un
manual
de castellano
LE, por ejemplo, se
traza
una ruta literaria por el lago Titicaca, en la que se desgranan datos
infraestructurales, como el ecosistema andino; estructurales, como la
economía de la papa; y superestructurales, como una
leyenda recogida por el Inca Garcilaso de la Vega. En general, la
infraestructura y estructura culturales, si aceptamos la terminología
de Harris, están mejor representadas en los materiales de castellano
LE, mientras que en los
de castellano L1
predominan los contenidos literarios, contextos culturales,
corrientes de pensamiento (superestructura); o los condicionamientos
de la estructura en la variación y en el uso de la lengua.
En
la segunda mitad del siglo XX, las zonas de contacto entre la
Lingüística, por un lado, y la Antropología y la Sociología, por
otro, son objeto de investigaciones que constituyen un filón para la
Lingüística aplicada, como las relativas a la variación interna de
las lenguas o la competencia comunicativa, por citar dos ejemplos de
notable
importancia en la Didáctica de la lengua. Se trata de disciplinas
que centran su interés en el uso lingüístico más que en el
funcionamiento del sistema (pero sin excluirlo). A esta Lingüística
de orientación antropológica hay que sumar las aportaciones de la
Pragmática, que se desarrolla también a partir de los años
cincuenta y que se ocupa del uso del lenguaje en la comunicación; y
los estudios de Lingüística cognitiva sobre los procesos mentales
que subyacen a la adquisición y uso de las lenguas (Lomas et
alii, 1993: 29 y
ss.).
La
preocupación por mejorar la enseñanza de las lenguas es un
denominador común en la historia del hombre, al menos en la que nos
es más conocida en Europa, a partir del siglo XIII,
sostiene Sánchez Pérez (Sánchez Pérez, 1992: 1). Y señala dos tendencias esenciales en la didáctica de las lenguas: la
gramatical, que se basa en la preeminencia de la gramática; y la
conversacional, que es partidaria de la utilización de materiales
lingüísticos tomados de la realidad comunicativa.
Ya
en la Grecia clásica coexistían diversos enfoques en el estudio del
fenómeno lingüístico (Lomas et
alii, 1993: 17 y
ss.). Las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento eran asunto
de los filósofos; los gramáticos se interesaban por la fijación e
interpretación de textos clásicos, que luego se proponían como
modelos de lengua; y a los retóricos, cuya disciplina se consideraba
parte de la Dialéctica, competía el uso de la lengua como
instrumento de persuasión a través del discurso. Pero es a partir
del siglo XIX y de la ideología romántica, cuando los estudios de
las lenguas desde una perspectiva externa, no exclusivamente
gramatical, adquieren solidez científica: el panorama de lenguas se
amplía, surge el interés por compararlas, triunfa el punto de vista
evolutivo, los románticos buscan en las lenguas el espíritu de los
pueblos y se desarrolla la Dialectología.
El
estudio de la lengua en relación con la cultura adquiere relevancia
científica a partir del siglo XIX, auspiciado por la filología
comparativa y la influencia general de la ideología romántica
(Casado, 1991: 16 y ss.).
Suele
citarse a W. von Humboldt como pionero de la Etnolingüística.
Humboldt sostiene que cada lengua dispone de una estructura propia
que refleja y condiciona el pensamiento, y que existe un vínculo
entre lengua nacional y cultura nacional. Estas ideas se hallan en la
base del idealismo lingüístico, del que Karl Vossler (1872-1949) es
uno de los principales representantes. En la línea de Humboldt,
Vossler concibe el lenguaje como actividad; al ser una actividad
creadora del hombre, el lingüista debe fijarse en la creatividad
individual de los hablantes, por lo que se debe dar prioridad a la
Estilística sobre la Sintaxis. Aparte de creación, el lenguaje es
evolución, está en constante cambio de acuerdo con las necesidades
culturales de la comunidad lingüística. El cambio lingüístico no
se rige, como pensaban los neogramáticos, por leyes mecanicistas,
sino que es preciso relacionar cada lengua en cada época con la
cultura e ideología de sus hablantes.
El
idealismo lingüístico se sitúa al margen del positivismo que
domina el panorama científico de finales del siglo XIX. Mientras que
para el positivismo todos los hechos se reducen al tipo de los hechos
naturales, y las ciencias naturales se erigen en modelo de todas las
ciencias, el idealismo distingue entre objetos naturales y objetos
culturales, y el lenguaje se considera un objeto cultural.
Con
posterioridad, en la órbita del estructuralismo, la escuela
antropológica de Edward Sapir (1884-1935) constituye otro hito en el
estudio de la relación entre el lenguaje y la cultura. A diferencia
de Bloomfield, Sapir no excluye el significado del ámbito de la
Lingüística, y emprende el estudio de las lenguas en relación con
las culturas de las comunidades que las hablan. No hay, según Sapir,
correspondencia exacta entre la forma de una lengua y el tipo de
cultura de sus hablantes; pero observa que las lenguas tienen una
importancia extraordinaria para la definición, expresión y
transmisión de la cultura, y que algunos detalles lingüísticos son
relevantes para la comprensión de la cultura.
Discípulo
de Sapir fue Benjamín Lee Worf, a quien debemos la formulación más
conocida de la hipótesis del relativismo lingüístico (Casado,
1991: 54):
El
sistema lingüístico básico (en otras palabras, la gramática) de
cada lengua no es meramente un instrumento reproductor para expresar
las ideas, sino que él mismo es más bien el formador de las ideas,
el programa y guía para la actividad mental del individuo, para su
análisis de las impresiones, para la síntesis de su acervo mental…
El
estructuralismo y el generativismo suponen un giro radical en la
forma de abordar el hecho lingüístico, caracterizado por el estudio
autónomo de la lengua y la descripción del sistema gramatical, lo
que conlleva el abandono de la perspectiva cultural (excepto en la
corriente antropológica norteamericana). El estructuralismo se
impone el estudio de la lengua en sí misma, concebida como un
sistema de elementos interrelacionados, organizados en niveles, y
analizables formal y funcionalmente.
Esta
concepción de la lengua y sus corolarios metodológicos fundamentan
el currículo de Lengua y Literatura que promueve en España la Ley
General de Educación de 1970 (Lomas et
alii, 1993: 23 y
ss.). Desde entonces el análisis morfosintáctico se convirtió en
la herramienta didáctica por excelencia. La falta de unos criterios
pedagógicos generales, y tal vez la descoordinación entre autores y
editoriales, provocaron un caos terminológico que restó credibilidad
a las nuevas tendencias. Sin embargo, los avances en el campo de la
Fonología contribuyeron a mejorar los métodos de aprendizaje de la
lectura y la escritura. La prioridad que el estructuralismo otorga al
análisis gramatical y la exclusión del habla condujeron al descuido
del uso lingüístico en el aula. La interacción entre lengua y
sociedad se manifiesta básicamente en los contenidos dedicados a la
Teoría de la Comunicación, Historia de la Lengua, Dialectología,
estratificación del uso lingüístico y lenguajes específicos, y al
uso literario del lenguaje.
Por
lo que se refiere a la enseñanza de lenguas extranjeras, la
lingüística estructural toma de la psicología conductista la idea
de que cualquier comportamiento, y por tanto el lenguaje, se basa en
una reacción de estímulo-respuesta-refuerzo (Martinell Gifre y Cruz
Piñol, 2000: 11 y ss.). Sus aplicaciones didácticas esenciales son
el método audio-oral y el análisis contrastivo. El método
audio-oral parte
del escuchar y hablar; la gramática se adquiere de modo inductivo
mediante la repetición de ejercicios estructurales. Hablar la lengua
y adecuar el vocabulario al uso cotidiano son dos de sus prioridades.
Las disciplinas lingüísticas más cultivadas son la Fonología
(hablar y escuchar) y la Sintaxis (estructuras gramaticales). El
método fue descrito en 1964 por R. Lado, en su obra Language
Teaching: a scientific aproach.
El análisis
contrastivo
consiste en la comparación entre la L1 (lengua de partida) y la L2
(lengua meta) para prever dificultades derivadas de las diferencias
existentes entre las estructuras de ambas lenguas. R. Stockwell, J.
Bowen y J. Martin en The
grammatical structures of English and Spanish,
establecieron la siguiente tipología de dificultades:
- correspondencias entre L1 y L2 en un fenómeno
- en la L1 existe una forma que no existe en la L2 o viceversa
- en la L1 existe una pareja de formas frente a una sola forma en L2
- puede existir una forma en L1 frente a una pareja en L2
Las
interferencias se producen cuando el aprendiz reproduce las
estructuras de su propia lengua en la que está aprendiendo. Es el
caso de los falsos amigos o parónimos interlinguales: palabras
semejantes fonética y/o gráficamente, pero que no tienen el mismo
significado. Por ejemplo, en portugués: espanto
(maravilla, horror,
en castellano),
esperto
(inteligente,
especialista),
brinco
(pendiente, salto).
Este
tipo de comparaciones se presta al diálogo intercultural. Además,
el interés del método audio-oral por la lengua hablada y el hecho
de que su punto de partida sea el receptor (comprensión) favorecen
la presencia de la cultura en el aula. No obstante, al método
audio-oral se le ha criticado el mecanicismo de su teoría del
aprendizaje y que crea situaciones artificiales (repetir estructuras)
que no enseñan a comunicarse.
El
generativismo
parte de la consideración del lenguaje como una facultad innata del
ser humano. El proceso de adquisición de una lengua no se concibe
como algo mecánico, sino como la apropiación de un sistema de
reglas. El lingüista debe construir un modelo que dé cuenta de la
competencia lingüística de un hablante-oyente ideal capaz de
adquirir un conjunto finito de reglas que le permiten generar y
comprender de forma creativa un número potencialmente infinito de
oraciones gramaticales. Desde el punto de vista didáctico, la
gramática generativa es una teoría de gran rigor científico que
vincula el lenguaje a los sistemas cognitivos humanos, como algo
innato y universal, lo que excluye estereotipos y prejuicios que
valoren unas lenguas o variedades por encima de otras. Algunos
conceptos de la gramática
generativa
trascendieron a las gramáticas escolares de los años setenta, no
siempre con efectos clarificadores: competencia/actuación,
estructura profunda/estructura superficial, reglas
transformacionales, etc. Dado que el interés de la gramática
generativa
se centra en la competencia y no en la actuación, observamos la
misma limitación didáctica que en la escuela estucturalista: se
trata de una teoría compleja y abstracta que no enseña a
comunicarse (Lomas et
alii, 1993: 25-27).
En el campo de la enseñanza de lenguas extranjeras, la idea
generativista es que el aprendizaje de la L2 sigue pautas similares a
la adquisición de la lengua materna. Tanto el niño como el aprendiz
poseen un mecanismo innato que les permite apropiarse de las reglas
gramaticales y hablar. Este proceso, en el caso del aprendiz de una
L2, se activa tras un proceso de exposición/recepción de la lengua
y de procesamiento de los datos del exterior. Cuando el aprendiz
empiece a interiorizar las reglas gramaticales, podrá usarlas de un
modo creativo para generar construcciones gramaticales en la lengua
meta. El profesor puede facilitar el proceso mediante explicaciones
gramaticales, ofreciendo contextos y situaciones, realizando
comparaciones con la L1 y analizando los errores que el aprendiz
comete en el proceso de elaboración de su interlengua.
La
interlengua (IL) es el dialecto transitorio, intermedio entre la L1 y
la L2, creado por el aprendiz en el proceso de construcción de su
propia gramática. El Análisis
de Errores (AE) se
ocupa del estudio de la interlengua mediante la explicación a
posteriori (en su
versión débil) de los errores, entendidos como desviaciones
sistemáticas y recurrentes de la norma de la lengua meta, y como
algo positivo que evidencia el proceso de aprendizaje.
Como
hemos señalado antes, la gramática generativa se propone como
objeto de estudio la competencia lingüística de un hablante-oyente
ideal, lo que implica una teoría compleja, abstracta, que relega los
aspectos pragmáticos y las relaciones entre lengua y sociedad.
Son,
en efecto, aquellas orientaciones teóricas que prestan mayor
atención al uso del lenguaje y las tendencias didácticas que se
basan en la praxis comunicativa las que más nos interesan desde el
punto de vista de la relación entre lengua y cultura.
La
Lingüística del
Texto otorga una
importancia fundamental al significado, y en consecuencia, a la
Semántica y a la Pragmática. Su concepto clave es el de texto o
discurso. Se caracteriza por su vocación interdisciplinar y por
centrarse en la dimensión comunicativa de la lengua. Su propuesta es
analizar las producciones de los hablantes contextualizadas. Las tres
propiedades que según E. Bernárdez debe reunir un texto son
(Martinell y Cruz Piñol, 2000: 16):
- adecuación del texto en función del contexto
- coherencia, es decir, unidad semántica e informativa del texto
- cohesión en las relaciones que se establecen entre los elementos del texto
Por
lo que se refiere a la interacción lengua-cultura, la adecuación
supone tener en cuenta las variantes diatópicas, diastráticas y
diafásicas de la lengua. En el terreno didáctico, el enfoque
comunicativo y el método nocio-funcional son deudores de la
Lingüística del Texto.
El
enfoque comunicativo
considera que no basta con adquirir la competencia lingüística,
sino que hay que alcanzar la competencia comunicativa. Construir
frases correctas no implica saber comunicarse. Saber comunicarse
requiere también del aprendiz una competencia sociocultural, en la
que se incluyen gestos, costumbres, manifestaciones culturales, etc.
El método
nocio-funcional es
el punto de partida del enfoque comunicativo. En esta metodología se
basan las pautas del Nivel
Umbral del Consejo
de Europa, y el trabajo
por tareas, que
comparte el enfoque comunicativo pero trata de superar el currículo
nocio-funcional integrando en un solo proceso (la tarea) los
objetivos, los contenidos, los procedimientos y la evaluación. El
trabajo por
proyectos consiste
en orientar todas las tareas del curso hacia la consecución de un
producto final.
Del
enfoque comunicativo procede también la denominación destrezas
para referirse a las capacidades de codificación (hablar y escribir)
y descodificación de los mensajes orales y escritos (entender lo que
se oye y lo que se lee).
La
noción de uso
es fundamental y puede considerarse el nexo de unión entre los
enfoques pragmáticos, sociolingüísticos y discursivos que modelan
los actuales diseños curriculares para la enseñanza de la lengua
materna y lenguas extranjeras. Estos enfoques coinciden en el
tratamiento de la interacción comunicativa como una interacción
social en la que los significados se negocian culturalmente dentro de
situaciones comunicativas concretas.
El
interés por los usos lingüísticos es el punto de partida de una
serie de estudios interdisciplinares en los que la Ciencia del
Lenguaje converge con otras ciencias humanas, y que han sido
aplicados en los últimos años a la enseñanza de lenguas. Así, el
concepto quizás clave en los métodos comunicativos procede de la
Etnografía de la
Comunicación,
teoría con la que Gumperz y Hymes renovaron en los años sesenta los
estudios de Etnolingüística. Se trata del concepto de competencia
comunicativa,
formado sobre el de competencia
lingüística de la
gramática chomskyana. La competencia comunicativa suma a la
competencia lingüística una serie de procedimientos, normas y
estrategias de tipo sociolingüístico, estratégico y discursivo que
el hablante/oyente debe utilizar en la praxis comunicativa. La
competencia comunicativa se integra en la competencia cultural, lo
que supone considerar los usos lingüísticos en el conjunto más
amplio de los usos culturales.
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