Dolmen de Dombate, A Coruña |
Dolmen es una de
esas palabras en las que la relación entre el significante (dolmen)
y el significado (Monumento megalítico en forma de mesa,
compuesto de una o más lajas colocadas de plano sobre dos o más
piedras verticales, DRAE) parece contradecir el principio de la
arbitrariedad del signo tal como lo formuló Ferdinand de Saussure en
su Curso de Lingüística General: queremos decir que [el
signo lingüístico] es inmotivado, es decir, arbitrario con relación
al significado, con el que no guarda en la realidad ningún lazo
natural. ¿Por qué, entonces, dolmen nos parece una voz
ancestral, pedregosa y telúrica, como la cosa que significa?
El castellano tomó la
palabra dolmen del francés a finales del siglo XIX, y el
francés, según Coromines, del celta córnico tolmên,
“agujero de piedra”, aplicado en Cornualles a las estructuras
naturales formadas por una gran losa que descansa sobre dos puntos de
apoyo, entre los cuales puede pasar una persona o animal. El
Trésor de la lengua
francesa, sin embargo,
atribuye tal etimología a un error de Latour d'Auvergne y otros
arqueólogos, y en
la novena edición del diccionario de la Academia francesa leemos que
el término está formado a partir de dos palabras bretonas tol,
“mesa, laja”, y men,
“piedra” (del
latín moenia,
“muralla”).
Al dolmen también se le puede llamar trilito, lichaven
o megalito, según el
Diccionario de sinónimos y antónimos de
Gredos. Los vocablos
que indican “tres piedras” o “piedra grande” suenan a
tecnicismos arqueológicos; una vez más, lichaven
significa “mesa de piedra” y es de origen bretón:
leck-a-ven.
Es posible que los
dólmenes fueran sepulcros colectivos. Entre yacer en un
dolmen y yacer en el nicho de un cementerio municipal han
pasado varios milenios de historia de la humanidad y millones de
vidas que ya ni siquiera son polvo. Quizá por eso, las grandes piedras en el bosque,
con su aura de misterio, nos inspiran un atavismo que recoge en su
sonoridad ancestral la palabra dolmen.
O los versos de
Antonio Colinas que dicen:
Sigue la senda de las
piedras musgosas,
la que conduce a la
gran roca,
a la raíz del ara,
a la raíz eterna
del tiempo.
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