Don Quijote saluda a Odiseo






Yo soy griego por muchas razones. Hay una, personal, que quizá no incumba a nadie por tratarse de vivencias íntimas. Me refiero a que he viajado algo por Grecia y he sido feliz allí. Cuando vivía en Yugoslavia, hice algunas excursiones por el norte de Grecia y, un par de veces, fui hasta Atenas, el cabo Sunion y la isla de Egina. Anduve por los bosques del Olimpo, trepé por los riscos de Meteora, callejeé por Salónica y atravesé el país bajo una impresionante nevada en el Acrópolis Exprés. No todo el mundo tiene la suerte de viajar por Grecia: haber sido vagabundo en Grecia no justifica, en cualquier caso, la idea descabellada de querer ser griego.

Estudié griego clásico en el bachillerato y en la facultad de Filología. Haber pasado horas traduciendo a Homero o a Jenofonte supone haber dedicado una parte del tiempo de nuestra juventud a las vidas que otras personas vivieron o soñaron. Estas personas eran griegas, de hace 2500 años, pero sus gozos, sus pesares y, finalmente, sus muertes podrían ser nuestros. No todo el mundo pierde el tiempo estudiando lenguas muertas: un radical intelectualismo tampoco explica la defensa apasionada de lo griego.

He leído algunas obras fundamentales de la literatura griega, aunque no todas las que quisiera y debiera. ¡Hay tanto que leer! Mucha gente conoce el poema de Kavafis “Viaje a Ítaca”, al menos en la versión cantada por Lluís Llach. Es suficiente. Suficiente para amar los caminos y las aventuras. Claro que no a todo el mundo le gustan los libros: la lectura de unos simples versos, ¿puede poseer las propiedades de los hechizos de Circe y transformarnos en helenos?

A los europeos nos han enseñado que Grecia es donde empezó casi todo y que a Grecia le debemos la democracia, la ciencia, el arte e incluso el nombre de Europa, de donde deriva el nombre del euro. Todas estas cosas vienen de Grecia, aunque nos quieran hacer creer que las inventaron los bárbaros del Banco Central Europeo. ¿Habrá algún europeo que no se sienta griego hasta la médula?

He oído muchas mentiras sobre Grecia. Las propalan desde instituciones internacionales dirigidas por proxenetas y estafadores que roban, prostituyen y practican el terrorismo. Estar en el punto de mira de esos criminales es algo temible para los griegos, para cualquiera: no son buenos tiempos para querer ser griego ni para renegar de un país como España, tan aplicado en el cumplimiento de sus deberes.

Yo soy griego por muchas razones, pero también español. Mi patria es un lugar cerca de la Mancha, donde un pobre hombre de vida sombría decidió ser don Quijote tras leer las aventuras de Odiseo y de los caballeros andantes. Este territorio de los altos ideales es el verdadero territorio de la Mancha, cuya capital vuelve a estar en Atenas.

Yo soy español que se avergüenza de serlo viendo España gobernada por malos encantadores que idolatran el dinero y cuya única patria son los paraísos fiscales.

Por eso yo quiero ser griego como Odiseo, griego como don Quijote, griego como el grito de ¡No pasarán!, griego como la inmensa mayoría de la humanidad.


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