He paseado por una playa del norte de Portugal con un verso de Nuno Júdice en la cabeza: Movo-me nas margens desabrigadas de impetuosas paisagens. Era una de esas playas en las que es imposible bañarse por lo frío y revuelto que está el mar, pero con un bello paisaje litoral de landas, pinares y sierras abruptas (había incluso las ruinas de un fuerte de vigilancia). La misteriosa confluencia del verso con el instante me iluminó con fulgores de conjunción astral.
El
verso lo había leído, horas
antes, en el recibidor de una clínica dental,
mientras esperaba el turno
para que me empastaran una muela e intentaba evadirme del nerviosismo
que me inspira el zumbido del torno del
dentista y de la impertinencia
de otra paciente que aguardaba el suplicio comentando, en voz alta, los
titulares de una revista del corazón.
En
aquel momento el verso me gustó
y se me quedó
en la memoria, pero
no me pareció
ni la mitad de sublime que cuando
lo recordé paseando por una playa del
norte de Portugal.
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