Crisis migratoria


 Gare Saint-Lazare, 1877
Claude Monet, Gare Saint-Lazare, 1877

Siempre los trenes. Hay trenes llenos de soldados que parten al frente y trenes llenos de cadáveres y tullidos que vuelven del frente. Una banda de música los festeja en estaciones engalanadas con banderas. Suenan siempre los mismos himnos, y de un modo u otro, las mujeres siempre lloran. ¿Quién no ha visto, en alguna película de sobremesa, los convoyes de vagones de ganado inmóviles en las vías muertas de un campo de exterminio? Sentado en un banco de madera o sobre su maleta, veo al típico paisano que monda una manzana con la típica navaja de Albacete. Se dirige al norte, a la vendimia. Otras familias con niños y gallinas se quedarán en los suburbios de metrópolis pujantes. 

Son los trenes de siempre en la Europa de la alta velocidad. ¿Por qué se demoran en apeaderos secundarios de la campiña austrohúngara? Sus pasajeros no entienden el motivo del retraso. Ni siquiera saben en qué andén, en qué lugar rodeado de alambradas, pasarán la próxima noche.



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