A
los montes de Lunada, en tierra de los pasiegos, me fui con un
libro de Pereda en la mochila, movido por la manía de leer in
situ
a un autor del país, lo cual no deja de ser una forma del tan reivindicado turismo responsable que, como
es sabido,
propugna consumir quesos allá donde se produzcan, beber vino a pie
de viña y hartarse de raciones de rabas en las tabernas de los
puertos pesqueros, imperturbable el ademán
ante
la más que probable circunstancia de que los calamares, pongamos por caso, hayan sido capturados en aguas de Namibia, congelados
en alta mar y descongelados momentos antes de ser
fritos
en la sartén.
Busqué,
pues, la sombra de un haya en un verde prado y
me dispuse a saborear las Escenas
montañesas,
cuyas primeras líneas me
dejaron turulato
y
perplejo,
dudando
de
si me enfrentaba a un costumbrista carca del siglo XIX o a una
lección magistral de Historia impartida por el expresidente Aznar en
una universidad privada norteamericana:
Las
plantas del Norte se marchitan con el sol de los trópicos.
La
esclavizada raza de Mahoma se asfixia bajo el peso de la libertad
europea.
El
sencillo aldeano de nuestros campos, tan risueño y expansivo entre
los suyos, enmudece y se apena en medio del bullicio de la ciudad.
Arrojé
el libro en un montón de bosta de vaca tudanca y me reproché entre
dientes: “¡No,
si se me está bien empleado por pamplinas!
¡Malditos
cantores del terruño!
¡Con lo que hubiera disfrutado leyendo, aquí, en la Montaña,
una novela del insigne escritor castellanomanchego Marcial Lafuente Estefanía, también conocido como Tony Spring o Dan Lewis!”
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