Escenas castellanas, agosto 2015




Subimos a Peñalara, un hermano mío y yo, a mediados de agosto. El ascenso lo realizamos por la ruta de Dos Hermanas. En la cima más alta del Guadarrama nos paramos a contemplar la Bola del Mundo, Cabeza de Hierro, el valle del Lozoya; los altiplanos que, a más de dos mil metros de altura, se extienden hasta Somosierra; la Mujer Muerta y Siete Picos. Teníamos a nuestros nuestros pies el palacio de la Granja y Segovia, con la torre de la catedral, como casas de muñecas. Luego trepamos por el risco de los Claveles y bajamos a la laguna de los Pájaros. En el risco avistamos un rebaño de cabras monteses. En un prado junto a la laguna nos tumbamos a descansar.




En Segovia había tormenta. La piedra clara de la ciudad contrastaba con la negrura del cielo. Me alegré de que lloviera a cántaros. No entré en la catedral, pero cerca de la calle de los Desamparados recé la oración de Rubén Darío por Antonio Machado: Misterioso y silencioso / iba una y otra vez. / Su mirada era tan profunda / que apenas se podía ver. Anduve por la Judería Vieja. Me acordé de Andrés Laguna y de María Zambrano. Esos personajes me interesan más que la reina Isabel de Castilla.


 

  
No sé en qué provincia fue ni en qué pueblo. Atravesaba en coche la Tierra de Campos. Vi una iglesia o un monasterio cerca de la carretera y me paré a fotografiarlo. Era una tarde de mediados de agosto. Circulaba por carreteras secundarias con muy poco tráfico. Solo en las cercanías de los pueblos me cruzaba con grupos de personas que paseaban por el arcén o el camino de las eras. Aunque no podía oír lo que decían, conjeturé que hablaban, quejosos, del viento: el viento había vuelto la tarde fresca y desapacible. Pronto se les acabarían las vacaciones. Sus vacaciones eran eso: una carretera batida por el viento que se perdía entre los campos. El mejor lugar del mundo, el mejor tiempo del mundo.







En lo alto de Peña Prieta, en la Montaña Cantábrica, hay todo tipo de vistas para elegir: valles boscosos y valles de pasto y matorral; cerros abruptos y desiertos de piedra donde no crece una flor. Por el norte, tras unos collados, se divisa el mar, que podemos identificar por la espuma de las olas y la playa de una bahía, aunque entre tanto cielo y tantas nubes que van y vienen nunca se sabe si se trata de figuración o realidad: pudiera ser un espejismo, el litoral de una isla afortunada más allá de los abismos de los Picos de Europa, Riaño y el alto Carrión. Es probable que las lagunas glaciares lo sepan y oculten el misterio.


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