Leed a
Maqroll el Gaviero. Los nómadas, los errantes, los trotamundos,
llevad sus libros en la mochila para leerlos en los hostales, en los
camarotes, en las vagones de los trenes estacionados en vías
muertas. Vosotros, los que recorréis los continentes de un extremo a
otro, desde las escalas de Levante a los puestos avanzados de la
Amazonía, sois hermanos del Gaviero. Vosotros, los que vagáis
melancólicos junto a los navíos atracados en los muelles de
cualquier Nantucket, pertenecéis a la estirpe del Gaviero.
Library of Congress, Steamship Normannia, Algiers |
Maqroll
el Gaviero tenía su amor en un páramo, en las tierras frías de
Colombia. Cuando viajaba en un lanchón por el río Xurandó, leía a
la luz de la Coleman un libro de Raymond sobre el asesinato del duque
de Orléans (mientras más avanzo en la lectura del libro, menos
me interesa el asunto y más lo asimilo al espectáculo que ofrecen
los hombres dondequiera que vayamos a buscarlos. En cualquiera de las
miserables rancherías que hemos ido dejando atrás, conviven un Juan
sin Miedo y un Luis de Orléans). Emprendía negocios abocados al
desastre, pero que le obligaban a aventurarse en insólitas
peripecias. Por su vida fracasada y caótica lo amaban las mujeres, a
las que él profesaba un culto reverencial. Con Abdul Bashur, soñador
de navíos, compartió el amor de Ilona Grabowska: Ilona, la que
llegó con la lluvia. De las mujeres dice el Gaviero: Cuando le
mentimos a una mujer volvemos a ser el niño desvalido que no tiene
asidero en su desamparo. La mujer, como las plantas, como las
tempestades de la selva, como el fragor de las aguas, se nutre de los
más oscuros designios celestes. Es mejor saberlo desde temprano. De
lo contrario, nos esperan sorpresas desoladoras.
Quienes lo vieron en La
nieve del almirante lo recuerdan como un hombre de aspecto
salvaje, barba hirsuta, de pocas palabras y sonrisa ausente: se
ignoraban por completo su origen y su pasado. Lo acompañaba una
mujer, Flor Estévez, de cuerpo aún recio y nada ajeno al
ejercicio del placer.
Library of Congress, Railroad, Guatemala |
Lo que piensa Maqroll
el Gaviero de las caravanas: Una caravana no simboliza ni
representa cosa alguna. Nuestro error consiste en pensar que va hacia
alguna parte o viene de otra. La caravana agota su significado en su
mismo desplazamiento. Lo saben las bestias que la
componen, lo ignoran los caravaneros. Siempre será así.
Mis
encuentros con Maqroll el Gaviero: en la niebla del puerto de Vigo, a
bordo de un mercante destartalado con bandera de Panamá; en la selva
del Yacuambi (Ecuador), en un pueblo de cabañas de madera habitado
por buscadores de oro mestizos e indígenas de la sierra; en el
caravasar de Khan al-Undam, en la ciudadela de Acre; en Galway, en la
costa oeste de Irlanda, que guarda la memoria de los naufragios de la
flota de Felipe II; en un oasis cerca de Nuweibaa que frecuentan los
camelleros del Sinaí.
A propósito de los
camelleros: Hubiera yo seguido con las caravanas. Hubiera muerto
enterrado por los camelleros, cubierto por la bosta de sus rebaños,
bajo el alto cielo de las mesetas. Mejor, mucho mejor hubiera sido.
El resto, en verdad, ha carecido de interés.
Felice Beato, Tambouk with Camels Carrying Water to Troops, 1884 |
En
el poema La muerte del capitán Cook una voz interroga a un
viajero sobre cómo era Grecia, cómo era Francia, cómo era Roma,
cómo era el desierto y cómo eran otros lugares adonde se supone que
el viajero había llegado en sus navegaciones. El viajero responde a
todo con vaguedades y patrañas. Luego nos enteramos de que realmente
no pasó de Valparaíso, donde había desembarcado de un carguero y
se ganaba la vida cuidando a una ciega que cantaba por las plazas.
Las
constantes que tejen su destino, según el Gaviero: el vivir en un
tiempo por completo extraño a mis intereses y a mis gustos, la
familiaridad con el irse muriendo como oficio esencial de cada día,
la condición que tiene para mí el universo de lo erótico siempre
implícito en dicho oficio, un continuo desplazarme hacia el pasado,
procurando el momento y el lugar adecuados en donde hubiera
cobrado sentido mi vida y una muy peculiar costumbre de consultar
constantemente la naturaleza.
Si
Maqroll el Gaviero se hubiera escrito en inglés o francés sería
conocido en todo el mundo. Lo veríamos en cómics, camisetas,
películas y guías de viaje. Lee Marvin cantando I was born under
a wandering star me parece un predecesor digno del Gaviero. Que
las empresas y tribulaciones de este apátrida las haya consignado un
colombiano es una mala jugada del destino. Los profesores de letras
castellanas somos otro inconveniente de peso: los lobos de mar
legitimistas, los desordenados hacedores de rutas, los trashumantes
incurables no entran en nuestros planes de estudio, que tienden a
convertir la literatura en un panteón de retóricos ilustres. Pero
en Los trabajos perdidos leemos: Si matar los leones y
alimentar las cebras, perseguir a los indios y acariciar mujeres en
mugrientos solares, olvidar las comidas y dormir sobre las piedras...
es la poesía, entonces ya está hecho el milagro y sobran las
palabras.
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