Femme, Reino Unido, 1972 (museumsyndicate.com) |
El
inciso explicativo aquí decimos quiere decir que quien
así se expresa ignora si su manera de hablar es la correcta o
adecuada con respecto al habla del interlocutor o interlocutores, por
lo que advierte, a la par que se justifica, de un posible conflicto
semántico. La apostilla metalingüística hace corresponsable de la
eventual desviación de la norma a toda la comunidad señalada con el
adverbio relativo aquí, que
puede aludir, pongamos
por caso, a la
aldea del sujeto hablante o
a su
dialecto. Valga el ejemplo
del paisano que ilustra
al forastero: aquí decimos “negrillo”
(en vez de olmo), pero
mire usted, no sé si si en el valle o en la provincia de al lado,
utilizarán el mismo nombre.
Mas,
¿quién es el nosotros
elíptico que comprende al
emisor y en el que, a la
contra, no cabe el
destinatario? El
adverbio, ¿a qué lugar
se refiere? Desde luego, al sitio en el que se realiza el acto
comunicativo y en el que hay
un supuesto uso especial del código que el emisor se siente en la
obligación de aclarar al destinatario.
Tal
vez la intención del emisor no sea, sin
embargo, facilitar
la inteligibilidad
del enunciado. En
ocasiones, el aquí
decimos trasluce
una ignorante presunción de
que determinadas palabras o
giros son propios de una
variedad lingüística local
y sirven, por tanto, para
diferenciarla. Pero la mayoría de
los hablantes ignoramos si los
términos supuestamente característicos
de “nuestra tierra” se usan
en otras
partes de la comunidad
lingüística superior a
la que pertenecemos. ¿Sabe
un hablante medio de los
Torozos si se
dice negrillo en el Somontano
o en Sonora?
¿Hay,
por cierto,
olmos en
México?
Tales
conjeturas de dialéctologo
aficionado son
temerarias y deben razonablemente evitarse.
El
aquí decimos reivindicativo de la identidad lingüística acompaña a palabras
de alto contenido sentimental y simbólico para una comunidad imaginaria. El negrillo
de nuestra aldea se nos figura inverosímil en el habla del urbanita
que solo conoce los olmos por haberlos visto en parques o
fotografías. Japuta
(palometa, castañeta) no parece un nombre serio de pez y se nos
antoja una extravagancia del ingenio local: es, sin embargo, una voz
de origen arameo que nos legaron los
árabes.
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