Egon Schiele, Madre y dos hijos, 1917 |
En
clases repletas de bullicio, he aquí que nos inquieta la mansedumbre
de Lina K. Su sosiego tal vez nos recuerde la blandura, suavidad y plata de
luna que el poeta de Moguer atribuía al burro Platero. Pero si indagamos en el azabache de sus ojos, se deshará el idilio: no hay
tal jumento lírico, sino el sufrido y humilde asno de toda la vida.
Lina
K se sienta en las últimas filas del aula, entre el desorden de
sillas y mesas sobrantes, trabajos de Plástica esparcidos por el
suelo, libros extraviados que nadie reclama y un corcho con notas
informativas del curso pasado. Allí se confinan, por voluntad
propia, los alumnos a quienes interesa la lejanía de la autoridad,
bien sea por culto al beatus ille o al gigante Caco. Los
ermitaños y los bandidos buscan los recodos invisibles adonde no
llega, o llega debilitada, la vigilancia del profesor. En cualquier caso, si no
estuviera allí por voluntad propia, lo estaría en calidad de
desterrada. Como no molesta, como no se lleva con nadie, sirve de
revulsivo para mantener en calma el indisciplinado fondo. Y además Lina K
no se quejará cuando la tutora la cambie de sitio para neutralizar a
algún compañero díscolo: esa posición distante le permite vegetar
en un horizonte caliginoso.
Si
no fuera por las faltas de asistencia y puntualidad, Lina K nunca
habría pisado el despacho de la jefa de estudios. Lo cierto es que
para asistir al instituto depende de sus padres. Aunque usa el
transporte escolar, estos han de llevarla en coche a la parada más
próxima de su casa, aislada en medio del monte. Como los padres
fallen, Lina K pierde el bus, y llega tarde a la escuela o
simplemente no acude.
La
cuestión es que los padres nunca están cuando se les necesita. A
Lina K, la mayor de tres hermanas, la tuvieron con apenas 17 o 18
años. El matrimonio se fue al garete tras el nacimiento de la
tercera hija. Los padres, tan jóvenes, se separaron. Nadie les
reprochará que quisieran rehacer sus vidas en la flor de la edad. Las
rehicieron, pues, volviendo a hacer lo mismo, juntándose ella con un tarado que debía de quererla mucho, porque amenazaba con matarla y con matarse si lo dejaba por otro; y entregándose él de lleno a su pasión por los coches
y las juergas. Las niñas se quedaron al cuidado de los abuelos en la casa del monte, menos llana y entrañable que la casa de la pradera.
El
experto en tunear vehículos y burlar controles de alcoholemia se
estampó contra la furgoneta de unos trabajadores portugueses que
volvían de vacaciones a su tierra. Uno de los obreros quedó tetrapléjico. El piloto aficionado estuvo a punto de darse a las
drogas, conmovido por el fatal accidente, pero su aura maldita le
reportaba tantos éxitos entre el género femenino, que tuvo la
suerte de seducir a una enfermera de la Seguridad Social con trabajo
fijo, piso pagado y todoterreno japonés de gama media. Maduró y se calmó,
encarrilando su vida lejos del guirigay familiar y las malas
compañías de una juventud turbulenta.
La
culpa de que Lina K llegue tarde o no asista a clase es, pues, de los
abuelos, que, como tanto viejos, tienen la mala costumbre de pasarse las horas muertas en el Centro de Salud, ya sea por
achaques propios de su edad o de la no menos vulnerable de las
nietas. Y cuando Lina K se marea en clase o sus compañeros se quejan
de que huele mal, la tutora sabe que lo primero es porque no desayuna; y lo segundo, porque no se ducha ni lava la ropa. Este descuido de la
salud y de la higiene personal debe imputarse también a los abuelos. No obstante, con lo que cuesta el gas, es comprensible que los viejos racionen el agua
caliente a las niñas y prescindan de la calefacción en
invierno. En cuanto al desayuno, la mayoría de las veces consiste en
un vaso de leche con cacao; pero si hay prisa, ni siquiera eso.
Un
día el profesor de Gramática se empeña en que sus alumnos
distingan entre un adverbio y una conjunción; después viene la de
Matemáticas con las fracciones; sigue el de Historia con los
faraones egipcios; sale el historiador por la puerta y entra la
bióloga con las partes de la célula. En verdad se trata de descubrimientos maravillosos, ofrecidos a toda la juventud, en igualdad de condiciones, por la escuela pública. Pero sin necesidad de que los profesores se pongan estupendos, Lina K agradece el calor del aula y la
molicie; las horas que transcurren en el instituto sin tareas domésticas ni hermanas
pequeñas, sin tener que aguantar las torpezas de los abuelos ni las broncas de
los padres cuando van de visita. Con parecer que atiende y que
entiende, la mayoría de los profesores se muestra comprensivo... ¡ya pueden echarle números primos o morfemas verbales!
No solo las diminutas células le parecen inconcebibles, sino el mundo de sus compañeros de clase, más
parecido al de las series de televisión que al suyo propio. Hablan
de los chicos que gustan a las chicas, de las chicas que tienen más
éxito con los chicos, de marcas de ropa y pizzerías; quedan para
dormir en casa de alguien o para salir el fin de semana. Nadie cuenta
con ella porque ella no está disponible para nadie; y si lo
estuviera, su aspecto basto y su carácter huraño la condenarían a la marginación. También las profesoras pertenecen a otra clase de
mujeres, quizá no tanto como las famosas televisivas, pero casi:
saben cosas, se cuidan, son independientes... todo lo
contrario que su madre o abuela.
Lina
K recibe clases de apoyo con la pedagoga terapeuta y está en un
grupo de refuerzo para mejorar su lectura y escritura y las
operaciones matemáticas elementales; nada de esto parece suficiente,
sin embargo, para librarla del fracaso escolar.
Una
mañana, como tantas otras, llega tarde a clase. Quiere hablar con la
jefa de estudios. Le explica que ha tenido que acompañar a su abuela
al hospital. Mientras esté ingresada, ella ha de ocuparse de la
casa, por lo que faltará varios días a la escuela. La niña se
derrumba. No llora porque la hayan castigado o suspendido
injustamente, sino por todas las injusticias de su vida. La jefa de
estudios informará a los servicios sociales, oficina municipal que, en un ayuntamiento esquilmado por las corruptelas del partido gobernante, poco podrá hacer, desprovista de personal y recursos.
Lina K habrá oído hablar de Pitágoras, Galdós y las cuevas de Altamira, pero será una fracasada escolar. La sociedad se lo recriminará a la escuela; y los brokers del Informe Pisa, al gobierno, que buscará las causas en la ineptitud de los profesores y propondrá una urgente reforma educativa. Obviarán que con menos parafernalia psicopedagógica y más inversión de dinero contante y sonante en salarios mínimos, pensiones y servicios sociales, Lina K podría haberse salvado.
No quisiera, sin embargo, que los "progresistas" me acusaran de corporativismo docente por echar balones fuera; y los conservadores, de demagogia, por pedir la socialización de la luna. Sí, reconozcamos nuestra parte de culpa, hagamos caso a los gurús de la Fundación Santillana o la FAES. ¿Quién duda de que el fracaso escolar de este país se solucionará mejorando la formación de los profesores, sobre todo en nuevas tecnologías e inglés, y obligándolos a emprender y competir en un sistema educativo de calidad?
Lina K habrá oído hablar de Pitágoras, Galdós y las cuevas de Altamira, pero será una fracasada escolar. La sociedad se lo recriminará a la escuela; y los brokers del Informe Pisa, al gobierno, que buscará las causas en la ineptitud de los profesores y propondrá una urgente reforma educativa. Obviarán que con menos parafernalia psicopedagógica y más inversión de dinero contante y sonante en salarios mínimos, pensiones y servicios sociales, Lina K podría haberse salvado.
No quisiera, sin embargo, que los "progresistas" me acusaran de corporativismo docente por echar balones fuera; y los conservadores, de demagogia, por pedir la socialización de la luna. Sí, reconozcamos nuestra parte de culpa, hagamos caso a los gurús de la Fundación Santillana o la FAES. ¿Quién duda de que el fracaso escolar de este país se solucionará mejorando la formación de los profesores, sobre todo en nuevas tecnologías e inglés, y obligándolos a emprender y competir en un sistema educativo de calidad?
Comentarios
Publicar un comentario