Alonso de Contreras, bellaco confeso



Desembarco de tercios españoles en la batalla de la Isla Terceira, en las Islas Azores, fresco de Niccolò Granello en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial.


Alonso de Contreras, bellaco confeso, cuenta en el libro de su vida un extraño episodio que presenció en las armadas de Levante. Dice que un artillero holandés fue alcanzado en la cabeza por un proyectil y se la hizo añicos; y que, como consecuencia del impacto, los sesos se desparramaron entre los que había cerca de él, y un hueso de la cabeza salió despedido y le dio a otro marinero en las narices con tan buen tino que, teniéndolas torcidas de nacimiento, se le enderezaron, con lo que se cumplió así el dicho de que no hay mal que por bien no venga. 

Cuenta también que en la costa de Turquía se enfrentó con un turco gigante como un filisteo, que se rió en sus barbas y le dijo: Bremaneur casaca cocomiz, que, si nos fiamos de los conocimientos lingüísticos de Alonso de Contreras, quiere decir: Putillo, que te hiede el culo como un perro muerto. El corsario castellano le rajó de una estocada el pecho. En el golfo de Túnez cortó las orejas y las narices a unos prisioneros para escarmentar a los moros que habían profanado las tumbas de sus soldados muertos en combate. La brutalidad era, no obstante, recíproca y el enemigo tampoco se andaba con melindres: tras raptar a la amante húngara de Solimán de Catania, este juró que, si lo atrapaba, había de hacer que seis negros se holgaran con sus asentaderas y luego que lo había de empalar.

Alonso de Contreras había iniciado su carrera de matachín en 1596, cuando acuchilló a un compañero de escuela y fue desterrado de Madrid por un año. Cumplida la pena, entró a servir al rey en los Tercios, bajo las imperiales y victoriosas banderas del crimen, el juego y el puterío. En 1608 mató a su mujer, y al amante de esta, porque le era infiel: los cogí juntos una mañana y se murieron, cuenta como quien no quiere la cosa.

En la vida de este capitán llegamos a saber incluso de qué utensilios se componía el equipo de un ermitaño de la época, pues Alonso de Contreras se retiró a las soledades del Moncayo: cilicio y disciplinas y sayal de que hacer un saco, un reloj de sol, muchos libros de penitencia, simientes y una calavera y un azadoncito; o cómo se desarrollaba una sesión de torturas en el Madrid del siglo XVII: me llevaron a la calle de las Fuentes y metieron en una sala muy entapizada, donde había una mesa con dos velas y un Cristo y tintero y salvadera con papel; allí cerca un potro, que no me holgué de verlo, y estaba el verdugo y el Alcalde y escribano. No está de más añadir que si el capitán fue sometido a tormento bajo la acusación de complicidad con los rebeldes moriscos, él también torturó a sus prisioneros y lo refiere sin reparos, aunque con la parquedad desvergonzada de su estilo.

Las memorias de Alonso de Contreras no se publicaron hasta tres siglo después de ser escritas. La obra literaria de este aventurero, amigo de Lope de Vega, mereció las sesudas meditaciones de José Ortega y Gasset y, en nuestros días, el entusiasmo de Arturo Pérez-Reverte, cuyo capitán Alatriste, sin embargo, nos representamos en la figura de Viggo Mortensen antes que en la de Alonso de Contreras, en lo que sin duda sale favorecido.

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