Bartolomé Esteban Murillo, Niños jugando a los dados, hacia 1665-1675 |
¿Será
posible que me horripile
el horrísono fragor
petardero
de las Fallas, el coraje macho-man
de los sanfermines, los andares amanerados de los toreros, los
capirotes grotescos
de la Semana Santa, las guerras de tomates, los toros alanceados
en la vega y demás efusiones
del ingenio juerguista nacional?
¿Será posible que tampoco aguante la pijotería etnográfica de los
carnavales ancestrales ni la majadería de los zombis, ya sea en su
versión capitalista global o almibarada de ruralismo
neotradicionalista?
¿Y que en nombre de la justicia social, pondría a barrer las calles
a los jóvenes consentidos del botellón?
¡Ay, si el raro seré yo...! Llámenme rancio, tocapelotas,
cantamañanas. No obstante, sigo considerando que otras formas de
divertirse son posibles. De lo que no estoy seguro, visto el percal,
es de que fueran mejores...
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