Dedicar
una lección del curso a la diversidad lingüística, aderezada con alegatos sobre las bondades de la multiculturalidad, repercutirá poco o nada en las mentes y las conciencias
de nuestros alumnos. Que el profesor descrea de la maldición de
Babel hará, sin duda, más convincentes sus argumentos. Si además
lleva a la praxis pedagógica esas convicciones, tanto mejor: no
dudéis de la capacidad de los escolares para desenmascarar al
maestro embustero.
Porque no se trata de celebrar en un día señalado al distinto de
nosotros, con un fervor en el que se confunden la mala conciencia
histórica y un cosmopolitismo falsario, sino de asumir que somos un
país de distintos (o un mundo de distintos) tan indistintamente
mezclados que no hay mejor defensa de la diversidad que la defensa de
lo propio... Siempre que no sea, claro está, con el ridículo
pretexto de distinguirse.