Día del Libro / 400






El libro más ameno es el que se lee debajo de un árbol. El árbol puede ser un roble, un pino, una encina o cualquier otra planta de tronco leñoso y elevado que se ramifica a cierta altura del suelo. El clima y la naturaleza del terreno determinarán la especie de árbol que acoja al lector. Para que la lectura constituya una experiencia placentera, el calor ha de ser tan intenso que apetezca la sombra en vez del sol. El suelo será llano y herboso, sin protuberancias que lastimen las posaderas de la persona que aspira al goce intelectual. En cuanto a la hora propicia, se tendrá en cuenta el desplazamiento del sol de este a oeste y, por consiguiente, el de la sombra de los objetos, así que el lector realizará los cálculos astronómicos oportunos para evitarse engorrosas maniobras posteriores. Las tardes de verano, cuando decrece el calor del día, son idóneas para echarse al monte con un libro en la mochila, excepto en las tierras altas y montañosas donde refresca intempestivamente.

No todos los aficionados a las bellas letras son aptos para la lectura al aire libre. La dureza del suelo, las irregularidades del respaldo y, en definitiva, lo incómodo de la posición hacen desaconsejable su práctica a individuos de naturaleza endeble. Tampoco se recomienda a quienes detestan o temen a los bichos. Los bichos que irremediablemente incordiarán al lector son de tres clases fundamentales: aéreos, arborícolas y terrestres. Los aéreos se componen de moscas, moscardones, avispas, abejas y demás insectos alados, con o sin aguijón punzante. Incluso aunque no transmitan agentes patógenos, como las moscas tse-tse, constituyen un estorbo objetivo que impide el efecto catártico de la literatura de manera más contundente que las técnicas de extrañamiento del teatro dialéctico. Los arborícolas son esa marabunta de criaturas que ascienden por el tronco en que el lector apoya incauto su espinazo, ajeno al riesgo de que algunas de ellas, con instintos exploratorios, se internen por el hueco de la camisa y jueguen a trazar grafías misteriosas en la página en blanco de la espalda. En el reino superior de las ramas viven los pájaros, que no suponen ninguna molestia, excepto cuando arrojan sus deposiciones sobre la cabeza o el libro del lector, para evitar lo cual se recomienda el uso de gorra y llevar al campo ediciones de bolsillo baratas que, en caso de ensuciarse, se puedan reponer con gasto exiguo. Los bichos terrestres, como hormigas, gusanos, arañas y escarabajos, no difieren en gran cosa de los arborícolas, si bien poseen la peculiaridad de que realizan sus fechorías en las piernas y trasero del lector o lectora. Hay bichos terrestres de categoría superior, que son capaces de arruinar la mejor trama narrativa. Me refiero a los ofidios; vulgo, serpientes. El distraído lector no nota la aproximación taimada de la víbora entre los yerbajos y arbustos hasta que la tenga enroscada en los tobillos. Entonces ya será tarde porque, hincándole sus colmillos filudos, le inyectará un veneno mortal. Bien es cierto que la muerte de lectores subarbóreos por ataques de serpientes constituye una excepción literaria, de modo que no debemos caer en un pánico injustificado. Más daños se documentan como consecuencia del veneno que transmiten los propios libros, dándose el caso de lectores que han enloquecido e incluso han llegado a suicidarse sin que ningún antídoto fuera capaz de remediarlos.

Los lectores que hallándose en perfecta forma física y disposición moral estén dispuestos a disfrutar del placer de leer bajo un árbol, una tarde de verano, con el horizonte orlado de sonrosados arreboles y un coro de oscuras golondrinas piando sobre su cabeza, susurrarán con fervor de devotos los fragmentos más elocuentes y significativos del libro que se traigan entre manos, ya fuere aquello de: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...; o Call me Ishmael. Some years ago- never mind how long precisely- having little or no money in my purse, and nothing particular to interest me on shore...; o lasciate ogni speranza, voi ch'entrate...