August Macke, Gemüsefelder, 1911 (Museum Syndicate) |
Una
vez atravesé en coche el páramo que se extiende entre los ríos Cea
y Carrión. Al sur del Páramo de Cueza están las llanuras de
Campos. Los picos de la Cordillera Cantábrica son visibles desde
cualquier punto del altiplano, sobre todo los gigantes de
la zona: el Espigüete y el Curavacas. Los ríos bajan desde la
montaña hacia el Duero. Los bosques, también. En algunos lugares,
como donde nace el Valderaduey, abundan los robles y los brezos.
Este
territorio intermedio no tiene la agricultura de Campos ni las minas
de carbón de la Cordillera. La población y las carreteras son
escasas. Las ciudades más próximas son las capitales provinciales,
que no están precisamente a la vuelta de la esquina.
Otras
veces he subido a las cumbres del Espigüete, Peña Prieta y el
Curavacas. De todos estos montes, el más difícil de ascender es el
Espigüete que, contemplado desde la parte de Riaño, parece una
pirámide alpina. He visto el nacimiento del Carrión en la laguna de
Fuentes Carrionas y el nacimiento del Cea, en la Fuente del Pescado.
Todas
estas cosas he visto en mis andanzas por la montaña y los páramos.
La tierra desde abajo y desde arriba, el curso del agua y lo demás.
Coleccioné topónimos. Fui tan tonto que creí en el alma del país y en las viejas historias de Castilla la Vieja. En cierto
modo, sin pretensiones literarias, podría dármelas de viajero por
la Alcarria o vagabundo del 98. Andaba por ahí con una mochila
cargada de mí mismo y mis fantasmas: místico, solitario, encantado de ser el Señor
del Páramo.
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