Leed, que algo queda


Segovia


Nora Castro animaba a sus alumnos del instituto a que se atrevieran a salir a la calle con un libro bajo el brazo.

-No tengáis vergüenza -les aleccionaba-. Sentaos en un banco del parque y leedlo. Sentaos a la sombra de un árbol, en la orilla del camino, y leedlo. No os importe llamar la atención y aguantar las bromas de los amigos. En la plaza, en el bar, que os vean con un libro. ¿Hay alguna prenda de vestir o dispositivo inteligente más original que un libro de bolsillo?

Y si vais de rebeldes, atreveos con la literatura. Nadie de los que están arriba se espera que perdáis el tiempo leyendo una novela, poesía o ensayo. Vuestro tiempo es oro para las multinacionales de la telecomunicación. Desconectad durante unas horas el móvil y provocaréis el pánico en la Bolsa. Para muchos adultos, lo propio de la juventud no es leer libros, sino emborracharse y drogarse en las noches de botellón. Con tal de que el lunes fichéis a la hora que ellos digan y en las condiciones que ellos impongan, todo se os permite.

En cambio, leed libros y será más difícil embaucaros con una mentira lanzada en las redes sociales. Quizá el libro os valga para enamorar a otra persona o hacer amigos. Se puede leer en compañía de otros lectores, compartir las lecturas y comentarlas en  tono distendido, sin ánimo de pedantería. La lectura lleva tiempo, obliga a tomarse el tiempo con calma. También el sexo, la comida y todas las actividades placenteras. Seréis más seductores, más originales y más rebeldes con un libro en la mano.

Esto enseñaba Nora Castro en sus clases, en medio de tal alboroto que era imposible escucharla. En cualquier caso, si los alumnos la hubieran escuchado, lo más seguro es que sus consejos les habrían entrado por un oído y salido por otro sin escala técnica en el lóbulo frontal del cerebro. Solo un estudiante pareció receptivo a sus palabras de animación a la lectura. Era un tipo peculiar, huraño y desastrado, que repetía curso y no se relacionaba con nadie. Sin embargo, en los cambios de clase y en los recreos andaba siempre enfrascado en la lectura de un libro, que, de tanto leerlo, se sabía casi de memoria. El libro era una edición ilustrada del Kama-sutra de Vatsiaiana.

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