Los
amantes son Calisto y Melibea. El jardín y la luna se suponen. La
escena, de alto voltaje erótico, no es apta para todos los públicos:
MELIBEA.-
Cata, angel mío, que assí como me es agradable tu vista sosegada,
me es enojoso tu riguroso trato; tus honestas burlas me dan plazer,
tus deshonestas manos me fatigan quando passan de la razón. Dexa
estar mis ropas en su lugar, y si quieres ver si es hábito de encima
de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Pues cierto es
de lienço. Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te
mostraré; no me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué provecho
te trae dañar mis vestiduras?
CALISTO.-Señora,
el que quiere comer el ave quita primero las plumas.
Melibea se convertido en una forajida del orden social al entablar
relaciones con Calisto. Sufre por mentir a sus padres, a quienes ama,
y ama incluso al bobo que bebe los vientos por ella y que proclama: Melibeo soy y a Melibea adoro. No obstante, se queja de los
modales groseros de su enamorado y le pide que no la destroce y maltrate
como suele. Su preocupación por un asunto tan prosaico como el
cuidado de las vestiduras resulta entrañable. No olvidemos que ella
es una rica heredera y que seguramente tendría otras camisas para
sustituir las que le rompiera Calisto con su fogosa impaciencia.
La
repuesta de Calisto es una declaración de estupidez en toda regla.
Melibea
acaba de prometerle otros mil modos de gozar el amor, pero él prefiere
quitarle las plumas, él prefiere cortarle las alas.
En
la Historia social de la literatura española (Carlos
Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zavala), los
autores apuntan
que Fernando de Rojas expone
de forma en verdad sorprendentemente clara uno de los
fenómenos más representativos de la sociedad burguesa, el de la
cosificación, en que un ser humano se transforma en simple cosa
utilizable con fines egoístas y personales.
Nada que ver
con las finuras del amor cortés.
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