Berlín, diciembre 2016.
El invierno se tiñó de sangre y de miembros amputados que la
nieve envuelve en su bolsa de frío.
Volaron
los caballos alados del carrusel. Huían en estampida del Mal, a
quien el Bien había amamantado con leche de hiena.
Cualquier
camello de poca monta o cualquier lector de literatura mística se erige en ángel vengador. Moviliza
batallones. Logra hacerse un nombre en las cancillerías. Y provoca
choques de placas continentales, como los terremotos de magnitud devastadora (según la escala de Richter).
Ellos,
como nuestros poderosos, nos quieren aterrorizados. Y es difícil no
sucumbir al veneno del odio que nos suministran cada día.
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