Cuaderno de invierno, 12 (o mujeres paseando por las eras)




Por el camino del valle, entre prados y chopos de Lombardía, pasean las mujeres. También pasean los hombres, pero menos. Las mujeres pueden ir solas, en parejas de amigas o en grupo. A las solitarias las acompaña a veces un perro. El perro trota a su lado, acompasando su trote al paso cansino o atlético de la dueña. Si ella es vieja, el perro suele ser viejo, y no se sabe cuál de los dos anda más renqueante.


Estas mujeres ignoran la moda de la ropa técnica de montaña, y aunque sea invierno y los charcos estén helados, algunas salen al campo con las zapatillas de estar en casa. Se echan un chal en los hombros y ya está. Aunque el termómetro marque varios bajo cero y aunque a las cinco de la tarde, en las vaguadas sombrías, parezca de noche. El bastón o cachava es otro asunto, un accesorio inseparable de la figura del caminante, que no supone vejez o dificultad para andar. Se trata más bien de una herramienta multiusos. Sirve, claro está, para apoyarse, pero también para varear las ramas de los cerezos cuando están en su sazón o para espantar a los perros gruñones.


Las mujeres que pasean por el camino del valle no siempre anduvieron solas o acompañadas de otras mujeres o escoltadas por un perro. Muchas de ellas son viudas. Enterraron a sus maridos, con quienes daban largos paseos, y ahora que se han quedado solas, no hay quien las pare. Andan y andan por las tardes, cuando ya no hay nada que hacer en casa; incluso en invierno, a no ser que la nieve cubra los caminos.


También hay hombres andarines, algunos de ellos viudos, pero son menos. Estos no tienen la costumbre de caminar por caminar. Pasan las horas acodados en la barra del bar. Si os fijáis, las venas se les trasparentan en las mejillas, como un mapa de los ríos y sus afluentes. Se distraen mirando embobados la televisión, trasegando un vaso de vino tras otro. Cuando vivían sus mujeres, no iban a pasear con ellas; sin ellas -adónde iban a ir-, tampoco.




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