Cuaderno de invierno, 13 (o la mismidad de la caza)



Vale. Su manera de disfrutar del monte es matando animales, que, como nuestros antepasados primitivos, aprovecha para el consumo doméstico. Es un gran caminante y el primero en conocer las costumbres de los bichos. Ama los perros y las escopetas, en este orden. Representa al cazador del pueblo llano, cuyos tiros resuenan en todos los campos y montañas del país. 
 

Pero esas caravanas de todoterrenos, esos desfiles de modelos paramilitares o de archiduques austriacos, esos dinerales astronómicos, los trofeos, los bosques acotados, las banderas nacionales, los machetes de matarife, los charcos de sangre en las puertas de las tabernas... ¡Qué espanto, digan lo que quieran el conde de Yebes u Ortega y Gasset! He ahí la mismidad de la caza contemporánea, sobre la que elucubran los filósofos venatorios empeñados en marear la perdiz.

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