Vale.
Su manera de disfrutar del monte es matando animales, que, como
nuestros antepasados primitivos, aprovecha para el consumo doméstico.
Es un gran caminante y el primero en conocer las costumbres de los
bichos. Ama los perros y las escopetas, en este orden. Representa al
cazador del pueblo llano, cuyos tiros resuenan en todos los campos y
montañas del país.
Pero
esas caravanas de todoterrenos, esos desfiles de modelos
paramilitares o de archiduques austriacos, esos dinerales
astronómicos, los trofeos, los bosques acotados, las banderas
nacionales, los machetes de matarife, los charcos de sangre en las
puertas de las tabernas... ¡Qué espanto, digan lo que quieran el
conde de Yebes u Ortega y Gasset! He ahí la mismidad de la caza contemporánea, sobre la que elucubran los filósofos venatorios empeñados en marear la perdiz.
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